En los últimos años, hemos visto un aumento alarmante de los problemas de salud mental entre los jóvenes. Pero hay un dato que normalmente pasa desapercibido: la crisis emocional de la adolescencia no afecta por igual a niños y niñas.
En nuestros recientes estudios sobre sueño, ansiedad, depresión, calidad de vida y riesgo de trastornos alimentarios analizamos datos de más de 10.000 adolescentes españoles de 11 a 19 años. Los resultados fueron claros: la brecha emocional entre niñas y niños no sólo existe, sino que aparece tempranamente y aumenta con la edad.
Jaz nace en la pubertad
La diferencia entre sexos no es innata. Ocurre cuando llegan los cambios hormonales y sociales de la pubertad. Al inicio de esta etapa, niñas y niños muestran niveles similares de bienestar emocional. Sin embargo, aproximadamente a partir de los 14 años en las niñas, cuando la pubertad está en pleno apogeo y los cambios físicos y hormonales se aceleran, las trayectorias comienzan a divergir. A partir de ese momento, las niñas empiezan a dormir peor, a mostrar más ansiedad y a reportar más síntomas depresivos.
La adolescencia, para muchas niñas, se vuelve más intensa emocionalmente. Muchas mujeres jóvenes describen un vacío emocional, confusión sobre sí mismas y más dificultades para comprender y gestionar sus emociones. No es sólo que se sientan peor: durante esta fase, el equilibrio emocional se vuelve frágil y la respuesta al estrés se intensifica.
Sentirse menos autonomía y control.
Este período también representa un cambio significativo en la comprensión de su autonomía. Algunos adolescentes expresan una sensación de tener menos control sobre su tiempo, su cuerpo y sus decisiones. Mientras que para muchos niños la madurez significa más independencia, para muchas niñas significa más presión, más expectativas y más autoexigencia.
La autoestima cae notablemente y la actitud hacia el propio cuerpo se vuelve más crítica. Aumentan las preocupaciones por el peso, la apariencia y la autoevaluación constante, aumentando el riesgo de sufrir problemas alimentarios. Al mismo tiempo, muchas adolescentes sienten que tienen menos energía, se cansan antes y no se sienten tan en forma como antes de la pubertad.
Y las liras también: los adolescentes tienen más síntomas de depresión que los niños
Este patrón coincide con los hallazgos internacionales del informe de la Organización Mundial de la Salud, que identifica un mayor deterioro del bienestar psicológico de las mujeres a partir de la pubertad y una mayor sensibilidad emocional asociada a este período.
No cambia el entorno, sino su apariencia.
Dato importante: el ámbito social no explica esta brecha. Las relaciones con la familia, el entorno escolar y las amistades se transforman de forma similar para ambos sexos. En nuestros datos, no vemos diferencias significativas en el apoyo social, las amistades o las experiencias de violencia.
La brecha emocional no proviene de un ambiente hostil para las niñas. Ocurre en su interior: en cómo se sienten, en cómo se ven y en cuánto control ven sobre sus vidas. Es una brecha interna, no social.
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Hormonas y presión estética.
¿Por qué sucede esto? La explicación es compleja y multifactorial. La pubertad femenina llega antes y con cambios hormonales más intensos que afectan el sueño, el estado de ánimo y la forma en que se procesa el estrés. Pero estos cambios son naturales y ocurren en ambos sexos; No son ni la causa ni la solución en sí mismas. La diferencia está en cómo se perciben y qué significan estos cambios en un entorno social lleno de expectativas sobre el cuerpo femenino.
A todo esto se suma el contexto moderno marcado por la presión estética, la exposición continua a las redes sociales y las expectativas de "ser perfecto" en múltiples dimensiones. La evidencia reciente vincula esta dinámica con una mayor angustia emocional en las adolescentes.
La pubertad se convierte así para ellos en una transición biológica y cultural especialmente exigente.
Jaz alcanza la madurez
Este patrón no desaparece con el paso de los años. Los datos de nuestro grupo de investigación y la evidencia científica en población adulta muestran que las mujeres siguen teniendo peor sueño, más ansiedad y depresión y más insatisfacción corporal que los hombres.
La brecha emocional que se abre durante la pubertad no se corrige con el tiempo.
El deporte protege
Nuestros datos muestran que la actividad física, especialmente los deportes competitivos, se asocia con un mejor descanso, una mayor satisfacción con la vida y menos estrés emocional tanto en niños como en niñas. Cuando las prácticas deportivas son similares, los beneficios también lo son: el deporte es igualmente protector.
A pesar de esto, persiste la brecha de bienestar entre niños y niñas. No porque los deportes les parezcan peores, sino porque las adolescentes practican menos actividad física y deportes menos competitivos, como lo demuestran nuestro estudio y otros trabajos anteriores.
El deporte por sí solo no puede compensar los factores sociales que pesan más sobre las adolescentes, pero fomentar su participación, especialmente en niveles competitivos, ayuda a cerrar la brecha, permitiendo que más niñas tengan acceso a los mismos beneficios que los niños.
Otras estrategias que ayudan a reducir la brecha
La buena noticia es que sabemos que otras estrategias ayudan a reducir esta brecha emocional. Los estudios demuestran que las intervenciones más efectivas son aquellas que ayudan a mejorar la relación con el propio cuerpo, reducir la comparación social y aumentar la autoestima.
Los programas escolares centrados en la educación sobre la imagen corporal y la autopercepción han logrado reducir el riesgo de trastornos alimentarios y aumentar el bienestar emocional en las adolescentes.
También están funcionando iniciativas que enseñan a utilizar las redes sociales de manera crítica e identificar mensajes que dañan la autoimagen, ayudando a frenar la presión estética y digital.
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Finalmente, las estrategias de regulación emocional y mindfulness, centradas en aprender a gestionar el estrés, calmar la mente y conectar con el presente, se asocian con mejoras en el bienestar psicológico y menores niveles de ansiedad en los adolescentes.
No es sólo asunto suyo.
Pero no todo depende de ellos. Las investigaciones también muestran que el contexto importa. Las familias que escuchan, validan las emociones y promueven la autonomía protegen la salud mental de sus hijas.
Las escuelas que enseñan habilidades socioemocionales universales, como reconocer emociones, resolver conflictos o desarrollar la autoestima, reducen los síntomas de ansiedad y depresión en la adolescencia.
Y los medios de comunicación y las redes sociales tienen una enorme responsabilidad: la forma en que se presentan los cuerpos y el éxito afecta la forma en que las mujeres jóvenes se valoran a sí mismas.
Además, las políticas públicas que regulan los mensajes corporales y de imagen y que promueven entornos educativos y deportivos inclusivos también ayudan a reducir la presión estética y mejorar el bienestar de las adolescentes.
Ventana crítica (y oportunidad)
La adolescencia es un momento decisivo. Si apoyamos a las niñas en esta etapa y fortalecemos su autonomía, su autoestima y su relación con su cuerpo y sus emociones, protegeremos su bienestar para el resto de sus vidas.
No se trata de pedirles que sean fuertes. Se trata de construir un entorno que no los destruya. Invertir hoy en la salud mental de los adolescentes construye una sociedad más justa mañana.
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