El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) se caracteriza por distracción, impulsividad o dificultad para concentrarse. Sin embargo, algunos científicos creen que lo que actualmente entendemos como "desorden" puede haber sido una ventaja adaptativa para la supervivencia humana en el pasado.
Por ejemplo, los rasgos asociados con el TDAH, como la curiosidad, la búsqueda de novedades y la gran energía, si lo piensas bien, son cualidades que podrían mejorar la caza y la recolección. Es decir, lo que hoy genera dificultades en la oficina o en el aula puede haber sido una herramienta esencial para la supervivencia hace miles de años.
Esto plantea la pregunta: ¿y si ciertos trastornos mentales fueran restos evolutivos de rasgos que nos ayudaron a evolucionar? Bueno, eso es exactamente lo que indican los hallazgos de un estudio reciente que examinó la huella genética de nuestros antepasados.
En busca de "fósiles invisibles"
La paleontología nos enseña que a medida que el cráneo crecía y se transformaba, también lo hacía el cerebro que contenía. Por ejemplo, el Homo erectus, que vivió hace unos 2 millones y 120.000 años, tenía un cerebro de unos 900 cm³, mientras que el Homo sapiens tenía un cerebro de 1.350 cm³. Pero esos números sólo nos dicen cuándo creció el cerebro, no cómo empezó a pensar, sentir o imaginar.

Exposición de cráneos de distintas especies del género Homo en el Museo de Historia Natural de Londres. Piedra IR/Shutterstock
Por esta razón, el foco de los científicos se ha desplazado de los huesos a las moléculas y, especialmente, al genoma. Se puede considerar el ADN como un archivo biológico que almacena instrucciones para construir y mantener nuestro cuerpo, pero también funciona como una biblioteca de "fósiles invisibles". Cada mutación es un registro del pasado, una indicación de cómo la selección natural ha moldeado el cerebro, el cuerpo y el comportamiento.
Una de las herramientas más poderosas para descifrar estas huellas digitales son los estudios de asociación de todo el genoma, conocidos como GVAS (Genome-Wide Association Studies). Dichos análisis comparan el ADN de miles o millones de personas para identificar pequeñas variaciones, llamadas polimorfismos de un solo nucleótido o SNP.
Gracias a GVAS podemos saber qué variantes genéticas se asocian con una mayor superficie de la corteza prefrontal, con la memoria, con la inteligencia fluida o incluso con la probabilidad de desarrollar un trastorno mental.
Dos olas de evolución
Ésta fue exactamente la técnica que aplicó el grupo de investigación para descubrir variantes genéticas relacionadas con el cerebro humano: su anatomía, sus capacidades cognitivas y, algo menos esperado, su vulnerabilidad psiquiátrica. El estudio, publicado recientemente en la revista Cerebral Cortex, analizó el ADN de más de 200.000 generaciones humanas, desde hace más de cinco millones de años hasta tan solo unas pocas décadas.
Con este enfoque, pudieron crear una línea de tiempo de la evolución genética y descubrir no sólo cuándo aparecieron los genes que dieron forma al cerebro moderno, sino también aquellos que aumentaron nuestra propensión a la creatividad o al sufrimiento mental.
Así descubrieron dos grandes olas de evolución. El primero, hace entre tres millones y 300.000 años, coincidió con la diversificación de los primeros Homo, como el Homo habilis y el Homo erectus, especies que fabricaban herramientas, dominaban el fuego y mostraban un progresivo agrandamiento cerebral.
El segundo ocurrió hace entre 300.000 y 2.000 años, con un pico hace unos 55.000 años, cuando el Homo sapiens se extendió fuera de África. Esta fase se asoció con cambios más rápidos en el cerebro, la cognición y el comportamiento, ya que muchas de las habilidades o comportamientos que definen nuestra especie, como el lenguaje, la planificación o la imaginación, surgieron durante esta fase de transformación. Es decir, bastante tarde en nuestra historia como seres humanos.
Durante esa segunda ola, el cerebro humano se reorganizó. La corteza cerebral, la capa externa asociada con el pensamiento abstracto, la memoria y el lenguaje, se expandió, especialmente en regiones como el área de Broca, involucradas en el lenguaje y la cognición simbólica.
Los genes más jóvenes, que surgieron hace entre 50.000 y 5.000 años, se expresan con mayor fuerza en estas zonas y muestran mayor actividad durante el desarrollo prenatal, cuando el cerebro comienza a formar sus circuitos básicos.
El precio de una mente compleja
Sin embargo, las mismas variantes genéticas que impulsaron nuestra inteligencia, creatividad y empatía parecen haber traído consigo una mayor vulnerabilidad a los trastornos mentales.
Según un estudio de la corteza cerebral, estas variantes están asociadas con la depresión, la ansiedad y el TDAH y, en promedio, son mucho más jóvenes que las relacionadas con la inteligencia o el tamaño del cerebro. Además, se concentran precisamente en áreas relacionadas con el lenguaje, la imaginación y la empatía. Los investigadores sugieren que a medida que el cerebro se ha vuelto más complejo y flexible, también ha aumentado su susceptibilidad a la desregulación emocional. La evolución, en cierto modo, cambiaría la estabilidad por la creatividad.
Los orígenes del TDAH
Otros trabajos sugieren algo similar. Uno de los genes relacionados con el TDAH más estudiados es el DRD4, que codifica un receptor del neurotransmisor dopamina asociado con la atención y la búsqueda de recompensa. Su variante 7R, asociada con rasgos como la impulsividad y la búsqueda de novedades, se asocia con una mayor probabilidad de padecer TDAH en entornos modernos. Sin embargo, estudios con poblaciones nómadas, como los Ariaal de Kenia, muestran que los hombres que portaban 7R tenían un mejor estado nutricional que los no portadores, mientras que en los grupos asentados sucedía lo contrario.
En otras palabras, los rasgos que hoy consideramos problemáticos podrían haber sido subproductos adaptativos de la expansión mental. Por ejemplo, la ansiedad ayudó a predecir el peligro, la impulsividad para explorar nuevos territorios y la hipersensibilidad emocional para fortalecer los vínculos sociales.
Entonces, los mismos genes que nos dieron una mente flexible y adaptable, y que alguna vez garantizaron nuestra supervivencia, también pueden afectar nuestra fragilidad emocional.
0 Comentarios