A estas alturas, pocos dudan del profundo impacto que el ser humano tiene en el planeta. Basta mirar a nuestro alrededor: encontrar un rincón que no haya sido tocado por la actividad humana es prácticamente imposible. Se estima que alrededor del 75% de la superficie de la Tierra ha sido transformada por nuestras actividades, y nuestra especie no parece pensar en desacelerar.
A menudo se habla del cambio climático, la pérdida de hábitat o la contaminación plástica, pero estos fenómenos son sólo una parte de un problema mucho más amplio. Los impactos de las actividades humanas sobre los ecosistemas alcanzan hoy una magnitud comparable a la gran crisis de biodiversidad que ha sufrido la Tierra a lo largo de su historia.
Comercio de animales salvajes
El comercio de vida silvestre es una de las formas más perversas de sobreexplotación de la biodiversidad. Ya sea legal o ilegal, esta práctica tiene el potencial de provocar una disminución drástica de la población de numerosas especies. Y a menudo la línea entre los dos tipos es borrosa.
En las lonjas de pescado de Cataluña, por ejemplo, se ha descubierto que al menos cuatro especies de ratas protegidas se venden como si fueran legales, mientras que la anguila europea, catalogada como en peligro crítico de extinción, sigue comercializándose con normalidad según la ley. En el caso del comercio ilegal, el desafío es aún mayor: como cualquier otra actividad ilícita, es más difícil de controlar y extremadamente rentable.
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Cuando hablamos de comercio ilegal de vida silvestre, generalmente pensamos en elefantes asesinados por su marfil o rinocerontes cazados furtivamente por sus cuernos. Sin embargo, si nos fijamos en el número de individuos comercializados anualmente, cualquier mamífero es más pequeño que el loro.
Captura y venta ilegal de loros

Amazona de frente roja (Amazona fallalis) en la casa. Pedro Romero Vidal, CC BI-SA
Antes de la entrada en vigor de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que regula el comercio mundial de especies en peligro de extinción, se exportaban legalmente millones de loros, muchos de los cuales ahora están al borde de la extinción.
Aunque la captura y el comercio de loros silvestres está actualmente prohibido en casi todo el mundo, todavía se capturan ilegalmente millones de especímenes cada año para satisfacer la demanda internacional o local de mascotas.
Sólo en Bolivia se estima que se podrían capturar entre 300.000 y 500.000 ejemplares anualmente. Si hablamos de América Latina, esta práctica tiene raíces profundas, anteriores a la llegada de los europeos, y todavía está muy arraigada en la cultura local.
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Costa Rica: un ejemplo de conservación
Cuando se habla de países que tienen éxito en la protección de la biodiversidad, Costa Rica suele aparecer en la parte superior de la tabla. Este pequeño país centroamericano es considerado un modelo global: más del 26% de su territorio se encuentra bajo algún tipo de protección.
Gracias a una política pionera de pago por servicios ambientales, la creación de un amplio sistema nacional de áreas protegidas y una firme apuesta por el ecoturismo, el país ha logrado algo poco común en el trópico: detener la deforestación y, con el tiempo, revertir la tendencia. Hoy los bosques vuelven a cubrir una parte importante del territorio, convirtiendo a Costa Rica en un referente internacional en gestión ambiental.
Aunque solemos pensar que basta con declarar un área protegida para garantizar la preservación de la biodiversidad en ella, la realidad es bien distinta. Estos espacios, por vastos que sean, no están aislados de lo que sucede a su alrededor: la caza furtiva, la tala y el comercio ilegal continúan impregnándolos. Y en este sentido, lamentablemente Costa Rica no es la excepción.
La protección del hábitat es necesaria, pero no suficiente
En un estudio reciente realizado en Costa Rica, un equipo de investigadores de diferentes centros y universidades españolas analizó el estado de las poblaciones de loros autóctonos. Los resultados muestran que, a pesar de las políticas de conservación y una amplia red de áreas protegidas, el comercio ilegal de loros sigue muy presente.

Gato Churica (Brotogeris jugularis) y loro naranja (Eupsittula canicularis) atrapados en una jaula. Pedro Romero Vidal, CC BI-SA
Durante casi 2.000 kilómetros de rutas censales, descubrimos loros indígenas que se tenían como mascotas en aproximadamente el 90% de las localidades visitadas. Y no se trata de casos aislados: el 80% de los hogares encuestados tenían -o tienen todavía- ejemplares capturados ilegalmente. Muchos pertenecían a especies en peligro de extinción, como guacamayas y amazonas, capturadas en el medio silvestre mucho más allá de su disponibilidad en la naturaleza. Este patrón podría empujar a su población hacia un punto sin retorno, como ya ocurrió con el guacamayo de Spix –la especie que inspiró la película Río–, que ha desaparecido de la naturaleza en parte debido a la caza ilegal.
La conservación de la vida silvestre no puede reducirse a trazar líneas en un mapa y declarar áreas protegidas. La protección de los hábitats es necesaria, pero insuficiente si no se abordan también las actividades humanas responsables de la pérdida de especies, como la captura ilegal y el comercio de vida silvestre.
De hecho, muchos de los lugares donde se registraron mascotas ilegales estaban ubicados junto a áreas protegidas. En ellos, los vecinos se mostraban orgullosos de las políticas ambientales del país, incluso cuando guardaban en sus casas ejemplares de especies nativas capturadas ilegalmente, en ocasiones a pocos metros de carteles que alertaban de este delito. Un claro recordatorio de que la conservación de la naturaleza depende no sólo de leyes y reservas, sino también de la educación ambiental y, en el caso de América Latina, de ofrecer alternativas a costumbres tan arraigadas como la posesión de perros y gatos en Europa.
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