En la universidad adquirimos nuevos conocimientos, hacemos amistades profundas, buscamos oportunidades profesionales... Pero también podemos ver que nuestra salud mental se está debilitando.
Diversos estudios demuestran que entre el 30 y el 60% de los estudiantes padecen ansiedad. Tiene sentido si tenemos en cuenta que la vida universitaria es un reto de adaptación y equilibrio, en el que se manifiestan diversos factores estresantes que requieren atención y esfuerzo persistente: clases, horarios, contenidos variados según la materia, relaciones con amigos y profesores, retos económicos, nuevas obligaciones… Además, una adecuada y equilibrada gestión del tiempo de estudio, que no puede afectar a la calidad de vida y al descanso, normalmente no puede afectar a la calidad de vida y al descanso. cuerpo estudiantil.
En un estudio que realizamos sobre una muestra representativa de 530 estudiantes andaluces –el 56,6% mujeres, con una edad media de 20,11 años–, más del 60% presentaba niveles de ansiedad clínicamente relevantes, con puntuaciones más altas en las chicas. Los datos reflejan que la ansiedad aumenta cuando los estudiantes tienen baja autoestima y falta de sentido de coherencia (SOC), definido como la capacidad de las personas para percibir la vida como comprensible, manejable y significativa.
Cuando el estrés deja de adaptarse
Desde la perspectiva de los psicólogos Richard Lazarus y Susan Folkman, la ansiedad se entiende como una respuesta emocional que surge de la valoración cognitiva que hace una persona de su situación personal. Así, la vida universitaria puede resultar estimulante, atractiva y desafiante para algunos, o amenazante y abrumadora para otros. En otras palabras, las demandas externas no importan tanto como cómo una persona las interpreta, las evalúa y construye sus respuestas.
Si un estudiante siente que las exigencias académicas, sociales o personales exceden sus capacidades, la ansiedad se presenta como un signo de inadaptación. En este sentido, la ansiedad puede entenderse como un indicador de un desequilibrio entre las demandas ambientales y los recursos de afrontamiento disponibles, lo que hace necesario reforzar recursos protectores como el apoyo social, el sentido de coherencia, el afrontamiento funcional (basado en la resolución de problemas, la aceptación y la reinterpretación positiva) o la autoestima.
El sentido de coherencia y autoestima funcionan como escudo psicológico
Analizando las trayectorias de los estudiantes que participaron en nuestra investigación, identificamos que hay dos elementos que nos protegen de la ansiedad: el SOC y la autoestima. En cualquier contexto, estos dos rasgos actúan como mecanismos de integración psicológica, que nos protegen emocionalmente, mitigan el impacto de los factores estresantes y permiten una interpretación más comprensible, manejable y significativa de las demandas y demandas externas.
Otra conclusión interesante es que tanto el SPC como la autoestima están más presentes cuanto mayor es el apoyo social y más positiva es la dinámica familiar positiva del estudiante.
Dispuesto a resistir la sobrecarga académica y la presión social.
La sobrecarga académica, una planificación inadecuada del proceso de enseñanza y aprendizaje, la presión social o las dificultades económicas pueden provocar que los estudiantes caigan en la ansiedad si no están preparados emocionalmente.
Tradicionalmente, los enfoques intervencionistas de la ansiedad se han centrado en identificar el problema (cuando ocurre) y los síntomas. Sin embargo, el llamado modelo salutogénico de Aaron Antonovsky ofrece una perspectiva alternativa: la identificación de recursos que promuevan la salud, el desarrollo humano, la capacidad de respuesta o la adaptación. Es decir, es mejor prevenir (ofrecer recursos psicológicos) que tratar, haciendo que los estudiantes sean más resistentes a situaciones estresantes gracias al apoyo social, el funcionamiento familiar saludable y los buenos niveles de autoestima.
La autoeficacia y el optimismo también nos protegen
En la jerga hablamos de recursos de resiliencia generalizada (RRG) para referirnos a aquellos recursos internos y externos que permiten a los estudiantes comprender, gestionar y dar sentido a las tensiones de la vida universitaria. Los dos recursos internos más poderosos son el SOC y la autoestima, pero también se incluyen en la lista la autoeficacia (creencia en las propias capacidades), el optimismo, la resiliencia o las habilidades para afrontar activamente el estrés y gestionar los problemas.
En cuanto a los recursos externos, se refieren a aquellos relacionados con la red y entorno del estudiante: apoyo social, red de apoyo cercana a amigos y compañeros, relaciones familiares funcionales, pertenencia a grupos, asociaciones, etc. Al brindar ayuda incondicional al estudiante, fortalecen su capacidad para afrontar las demandas.
Las relaciones positivas con los profesores y la tutoría también pueden ayudar a prevenir la ansiedad. La propia institución universitaria puede contribuir a la creación de contextos académicos saludables, significativos y accesibles a través de programas de enseñanza, apoyo psicológico, orientación académica y mentoría.
Esto crea un ecosistema que facilita el bienestar emocional dentro de una cultura participativa, orientada al desarrollo humano, que debe basarse en valores compartidos de respeto, esfuerzo, igualdad, solidaridad e inclusión donde la salud sea también un valor vinculado a la sostenibilidad y el desarrollo humano.
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