Fui al médico ayer. Me enviaron unas pruebas y me darán los resultados en un mes. ¡SALSA! No puedo esperar. No sé si podría ser que "algo malo" me está devorando por dentro. Quizás Google, ChatGPT o Twitter puedan ayudarme.
Esta historia puede ser la historia de cualquiera: un vecino, un amigo o tú mismo. Es muy común cuando nos enfrentamos a listas de espera interminables, dificultades para acceder a especialistas, lenguaje técnico incomprensible, atención apresurada o experiencias negativas previas. Lo que comienza como una búsqueda inocente termina en un mar de posibles diagnósticos y una angustia creciente.
Un círculo vicioso
La búsqueda repetida de información de salud en Internet que provoca ansiedad en lugar de calmar se llama cibercondría. Cuanto más buscamos, más ansiedad sentimos; y cuanta más ansiedad hay, más buscamos. Un círculo vicioso que puede incluso empeorar los problemas de salud existentes y afectar la vida diaria. Así, la obsesión por controlar los síntomas puede llevar a descuidar el trabajo, los estudios o las relaciones personales. La vida cotidiana pierde prioridad sobre la búsqueda compulsiva de información.
El término apareció en artículos periodísticos de finales de los años 1990 y principios de los 2000, cuando se hablaba de los riesgos de Internet en un tono alarmista. En 2009 se produjo un punto de inflexión, cuando los investigadores de Microsoft Ryan White y Eric Horwitz demostraron que una búsqueda de salud podía amplificar las preocupaciones personales y fomentar el autodiagnóstico. Desde entonces, la investigación científica ha comenzado a tomar en serio este fenómeno.
Por su parte, la pandemia de la covid-19 ha dado un gran impulso a la cibercondría. La incertidumbre, el bombardeo de información y el uso intensivo de Internet fueron el terreno ideal para su crecimiento. Lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha llamado la "infodemia" (un exceso de información, algunas fiables y otras no, que dificulta encontrar fuentes fiables cuando es necesario) ha provocado ansiedad, debilitado la confianza en las instituciones y favorecido comportamientos como la automedicación, el rechazo de vacunas o la compra compulsiva de pánico.
Hoy en día, millones de personas recurren a Internet para comprender sus síntomas o lo que creen que padecen, especialmente los jóvenes. El problema es que no siempre distinguen entre lo fiable y lo engañoso, algo que puede afectar a su salud física y mental.

Sergio Photone/Shutterstock Factores que alimentan la cibercondría
Varios elementos podrían ayudarnos a entender si estamos cayendo en este bucle o en otros problemas de salud relacionados:
Intolerancia a la incertidumbre. Aquellos que no pueden soportar el "no saber" buscan una y otra vez hasta imaginar el peor de los casos. Este pensamiento descontrolado, donde predomina la ansiedad y el miedo, se asocia a la cibercondría y también al trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), que a su vez favorece el uso problemático de Internet. Y la búsqueda en línea se convierte en un mecanismo tranquilizador que rara vez funciona. Algunas personas se calman y otras no, y las que no siguen buscando en un afán de encontrar seguridad. Este proceso se ve reforzado por la necesidad de explicaciones definitivas y la sobrecarga de información.
Dificultad para distinguir entre fuentes confiables. No siempre es fácil reconocer qué información es científica (verificada) y cuál proviene de productos influyentes o milagrosos de dudosa credibilidad. Además, resulta complicado gestionar la enorme cantidad de datos disponibles en poco tiempo, algo que está muy presente en las nuevas herramientas de inteligencia artificial (IA), como ChatGPT. Estas conversaciones conversacionales representan textos inmediatamente accesibles y con un contenido fácilmente "aceptable", pero al mismo tiempo carecen de certeza diagnóstica y de responsabilidad por los errores. Cuando no somos capaces de identificar la credibilidad de la información online, pero desarrollamos una dependencia de ella, se produce un estrés psicológico que favorece la cibercondría.
Poder del algoritmo. Mucha gente no sabe decidir qué aparece en los primeros lugares cuando busca algo en Internet. Los motores de búsqueda priorizan resultados llamativos y no siempre equilibrados: escribir "dolor de cabeza" puede acabar arrojando "tumor cerebral" en segundos, exagerando la gravedad del problema y aumentando la ansiedad del usuario.
Entonces, ¿la cibercondría significa que Internet es el "enemigo"?
No precisamente. La OMS reconoce los grandes beneficios de la salud digital, como la telemedicina, los chatbots o la mensajería móvil, que pueden salvar millones de vidas. Pero es crucial entender que Internet no tiene todas las respuestas cuando se trata de salud. Más datos no siempre significan más comprensión, y recurrir al "Dr. Google" para un autodiagnóstico puede aumentar la ansiedad y alimentar la cibercondría.
La clave es aprender a navegar críticamente con las siguientes pautas:
Confía en fuentes oficiales y profesionales sanitarios.
No creas en promesas milagrosas o en información sin referencias.
Recuerda que los algoritmos priorizan lo llamativo, no necesariamente lo cierto.
Utilice Internet como complemento, nunca como sustituto, de la consulta de salud.
Trucos para evaluar críticamente la información en Internet
¿Qué podemos hacer, específicamente, para gestionar la gran cantidad de datos de salud que circulan en línea? Una estrategia clave es fortalecer la alfabetización sanitaria y, en particular, la cibersalud. Esto significa desarrollar habilidades críticas para buscar, seleccionar, evaluar y utilizar la información disponible en línea.
La idea no es aceptar todo lo que encontremos sin más dilación, sino detenernos a pensar. Un buen recurso es hacerse siempre algunas preguntas que nos ayuden a distinguir si la información es realmente útil y segura. Para recordarlos fácilmente, pensemos en la palabra "SCRIBE":
C: "¿Cuándo se revisó esta noticia o información por última vez? ¿Se actualizó?" La información médica debe estar actualizada, ya que la ciencia avanza a un ritmo rápido.
R: "¿Por qué existe este sitio web, cuenta de red social, blog o artículo? ¿Quieres venderme algo?" Es recomendable tener cuidado con los contenidos vinculados a determinados productos o tratamientos, ya que pueden tener un interés comercial.
Y: "¿Qué institución o identidad lo publica? ¿Es una fuente reconocida?". Es necesario comprobar la autoría: la información debe proceder de expertos o instituciones competentes (institutos de investigación, organizaciones internacionales, ministerios, investigadores universitarios...).
B: "¿Está respaldado por estudios o basado en evidencia científica?" En el sector sanitario, los datos y la investigación son fiables. Aunque no siempre podemos leer artículos científicos, basta con que el contenido haga referencia a fuentes sólidas.
R: "¿Cuáles son las afirmaciones? ¿Prometen algo demasiado bueno para ser verdad?" La regla es simple: si parece milagroso, probablemente no lo sea.
En definitiva, Internet puede ser un gran aliado para la información, pero también un arma de doble filo. La cibercondria nos recuerda que en la era digital, el pensamiento crítico es tan necesario como cualquier medicina para aprender a navegar con seguridad en este océano de información.
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