Cuando cae la noche en Mallorca y el viento sopla suavemente entre los robles, el silencio parece hablar un idioma que sólo entienden quienes se detienen a escuchar. Desde la duna de la playa de Es Trenz, con un horizonte inmóvil, o desde lo alto del Teix, donde el aire es tan tenue que parece tejer hilos invisibles con el cielo, uno se pregunta qué esconden las estrellas, qué misterio mantiene su constante centelleo.
Y luego recuerda que aquí estamos, gente pequeña en una pequeña isla dentro de un pequeño planeta, pero capaces de escuchar los susurros más silenciosos del universo. Imagínese dos agujeros negros, en algún lugar lejano, girando uno alrededor del otro hasta fusionarse en un grito silencioso. Este grito viaja por el cosmos como un temblor en el espacio-tiempo, una onda que viaja durante miles de millones de años hasta llegar a la Tierra, para hacer vibrar suavemente los espejos del detector LIGO.
Gracias a detectores extraordinarios como LIGO, podemos "escuchar" estas vibraciones, lo que nos permite observar fenómenos invisibles para los telescopios convencionales y comprender mejor las leyes de la naturaleza. Estas ondas fueron predichas por Einstein hace más de cien años, cuando redefinió la gravedad no como una fuerza, sino como el efecto de la geometría del espacio-tiempo sobre la materia.
Pequeñas distracciones llenas de información
Las ondas gravitacionales son perturbaciones en el espacio-tiempo provocadas por cualquier masa acelerada. Incluso un gesto cotidiano como un aplauso los genera, aunque luego son tan débiles que resultan imposibles de detectar. Sólo los acontecimientos más violentos del universo, como la fusión de dos agujeros negros, dos estrellas de neutrones o un agujero negro con una estrella de neutrones, producen ondas lo suficientemente intensas como para que podamos "cazarlas" en la Tierra.
Estas ondas viajan a la velocidad de la luz y deforman el espacio-tiempo que atraviesan, llevando consigo información única sobre los eventos que las crean. Gracias a ellos podemos obtener información directa sobre las propiedades y el comportamiento de objetos extremos como los agujeros negros y las estrellas de neutrones. Nos permiten estudiar su dinámica de masa, giro, distancia y fusión, así como la física en condiciones extremas de gravedad, densidad y energía que no se pueden reproducir en ningún laboratorio de la Tierra.
Así funciona LIGO
No fue hasta el 14 de septiembre de 2015 que pudimos escuchar estas vibraciones cósmicas por primera vez. Ese día, Mikel Oliver, mallorquín, se encontraba trabajando en el Observatorio LIGO Hanford, en Estados Unidos, trabajando directamente con el equipo científico. Allí, dentro de esos túneles silenciosos, la humanidad abrió una nueva ventana al cosmos, confirmando una predicción centenaria y marcando el comienzo de una nueva era de la astronomía de ondas gravitacionales.
LIGO es un notable detector interferométrico. Se compone de dos enormes ramas en forma de L, de cuatro kilómetros de longitud cada una, situadas en Estados Unidos: una en Hanford (Washington) y otra en Livingston (Luisiana). Su funcionamiento se basa en enviar un rayo láser que se parte en dos; cada uno de ellos viaja con una mano y realiza miles de recorridos reflejándose en los espejos colgantes.

Instalaciones del Observatorio Ligo en Hanford (Washington, Estados Unidos). Laboratorio Caltech/MIT/LIGO
Si las ondas gravitacionales no pasan, los láseres se recombinan creando interferencias destructivas. Pero si una de esas perturbaciones pasa a través del detector, distorsiona el espacio-tiempo estirando y comprimiendo los brazos, cambiando sus longitudes relativas. Esto hace que los rayos se recombinen con un ligero cambio de fase, creando una interferencia constructiva y produciendo una señal detectable.
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Esta diferencia es tan pequeña que corresponde a deformaciones espacio-temporales de una milésima parte del ancho de un protón. Para detectarlos se requiere un ambiente sumamente silencioso, sin ningún tipo de ruido. El silencio en LIGO es tan profundo que puede detectar desde el más sutil sonido cuántico hasta un terremoto distante. Pero lo que buscan es aún más sutil: el susurro de la gravedad misma. Para conseguirlo, existe un equipo de caracterización de detectores, encargado de identificar y eliminar todas estas fuentes de ruido, garantizando la fiabilidad de las señales registradas.
Con acento mallorquín
Los investigadores de la Universitat de les Illes Balears (UIB) fueron parte esencial de este esfuerzo científico. En 2015, cuando la primera señal hizo sonar los detectores, Mikel Oliver estaba en Hanford. Posteriormente viajaron hasta allí Pep Covas, que mejoró la calidad de los datos, y Rodrigo Tenorio. En Livingstone se alojaron Raphael Jaume Amengual y Joan-René Merou. Raphael trabajó en la sincronización temporal y la calibración de las señales astrofísicas, mientras Joan-Rene identificaba las fuentes del ruido.
Este año 2025, que coincide con el décimo aniversario de aquella primera detección, dos estudiantes de doctorado más, Alicia Calafat y Joan-René Meru, regresarán a LIGO Hanford para aprender a leer estas señales del cosmos y contribuir a futuros descubrimientos que ampliarán nuestro conocimiento del universo.

Autores del artículo, en las instalaciones del observatorio LIGO en Hanford.
¿Por qué es necesario este trabajo? Porque nos ayuda a comprender la gravedad, uno de los grandes misterios aún sin resolver. Las ondas gravitacionales guardan secretos sobre la creación de agujeros negros, sobre la materia más densa del universo, sobre los límites mismos de nuestra comprensión. Cada descubrimiento es un paso más hacia una teoría unificada de las fuerzas naturales, otro paso hacia la comprensión de quiénes somos y de dónde venimos.
Vuelve a tus raíces
Y mientras los detectores escuchan el universo desde los bosques de Luisiana y los desiertos de Washington, aquí en Mallorca podemos subir al Teik y mirar al cielo con los ojos llenos de preguntas. El conocimiento científico no es sólo una colección de datos y fórmulas: es un regreso a nuestras raíces más profundas, a ese momento primordial en el que la humanidad contempló el firmamento y soñó con comprenderlo.
Los investigadores de la UIB, cuando viajan a LIGO, se llevan no sólo el conocimiento, sino también la mirada de quien sabe escuchar el silencio del cosmos. Porque el silencio habla, si sabemos leerlo. Porque, en el fondo, mirando al cielo, escuchándolo y queriendo entender su lenguaje, también queremos entendernos a nosotros mismos. Y mientras el universo vibra con misterios ancestrales, aquí en Mallorca seguimos escuchando.
Este artículo es el ganador del VI Concurso de Divulgación Científica de la Universitat de las Illes Balears en la categoría general.
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