En España el contacto con la pornografía se produce cada vez más temprano: el 20% de los adolescentes accedió a este contenido antes de los diez años, y más del 90% lo hizo antes de los catorce.
Estas cifras revelan una infancia expuesta demasiado temprano a materiales que moldean su comprensión del deseo, el consentimiento y las relaciones emocionales. En un contexto donde la educación sexual integral apenas existe en las familias o en las aulas, Internet se ha convertido en el maestro y la pornografía en el currículo.
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La infancia descubierta demasiado pronto
Las últimas investigaciones sitúan el inicio del consumo de pornografía entre los ocho y los trece años. El teléfono móvil es el principal dispositivo de acceso: permite un consumo privado e instantáneo, difícil de controlar para los adultos.
Este enfoque continuo no tiene filtros familiares y educativos que puedan actuar como elementos protectores.
¿Qué ven los niños?
La exposición temprana a contenidos sexuales explícitos en los que se reproducen actitudes de violencia, dominancia y machismo, y el consumo como práctica integrada en la socialización digital de los adolescentes hace que la violencia física, la coerción o la humillación hacia las mujeres, lejos de ser reconocidas como agresión, sean interpretadas como conductas sexuales normales o incluso deseables.
Son contenidos y actitudes que refuerzan modelos de masculinidad basados en la dominación y la cosificación.
Algunos investigadores han descubierto que los vídeos más vistos incluyen tirones de pelo, bofetadas o insultos, e incluso violaciones en grupo con más de 225 millones de visitas. Otros estudios han confirmado que el consumo habitual de pornografía violenta está asociado con actitudes dominantes y agresión sexual: el 100% de los estudios relacionaron la pornografía con la violencia sexual, el 80% con la violencia psicológica y el 66,7% con la violencia física.
En definitiva, en la adolescencia esta exposición moldea las primeras experiencias emocionales y normaliza la idea de que el poder, la sumisión y la violencia son parte del deseo.
Niñas ante el espejo de la violencia
Las chicas adolescentes también acceden a la pornografía, aunque en menor medida y en un contexto marcado por la presión estética, los mandatos de género y la necesidad de validación externa, factores que influyen en cómo construyen su deseo y su relación con el cuerpo.
Este consumo suele experimentarse con malestar o ambivalencia emocional, y rara vez se comparte entre iguales.
La nueva pornografía digital refuerza la cosificación femenina, presentándolas como instrumentos del placer masculino. Plataformas como OnlyFans reproducen esta lógica, convirtiendo el cuerpo femenino en una aparente libertad que se adapta a las exigencias masculinas. Así, las mujeres jóvenes aprenden que el reconocimiento social depende de su capacidad para exhibirse, creando una socialización basada en la autosexualización y el capital erótico.
Esta enseñanza perpetúa los mandatos de sometimiento y consolida un modelo de deseo basado en la desigualdad. En consecuencia, la pornografía no sólo determina cómo los niños aprenden a querer, sino también cómo las adolescentes aprenden a ser deseadas.
Educación que se retrasa
La ausencia de una educación sexual adecuada es uno de los factores que más contribuyen al consumo temprano de pornografía. En el ámbito educativo aún faltan programas que aborden las relaciones emocionales-sexuales con rigor, naturalidad y una perspectiva jurídica, que favorezca la interiorización de contenidos pornográficos.
Además, las escuelas carecen de recursos para una alfabetización sexual integral y el silencio y el tabú prevalecen en las familias.
Ante esta falta de referencia, la pornografía se convierte en la principal fuente de información, invalidando dimensiones esenciales de la sexualidad como el afecto, la igualdad y el respeto.
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Educación socioafectiva y enfoque de género
Por ello, la educación socioafectiva con enfoque de género ha demostrado ser crucial para prevenir los efectos del consumo y promover relaciones igualitarias.
Incorporar consideraciones de conformidad, satisfacción y diversidad nos permite contrarrestar los mensajes de dominancia transmitidos por las pantallas y empoderar a los adolescentes desde el respeto mutuo.
Un desafío para la salud pública
El consumo de pornografía en la adolescencia representa un nuevo problema de salud. Sus efectos van más allá del individuo y afectan el bienestar emocional, la socialización y la construcción de identidades de género, por lo que requiere un enfoque preventivo y social del sistema de salud.
Además, la evidencia muestra que la exposición temprana a contenidos sexualmente explícitos influye en conductas de riesgo, adicciones conductuales y la reproducción de desigualdades de género.
El papel de la salud y el trabajo social
El trabajo social y de salud tiene un papel clave cuando se ubica entre el sistema de salud, la comunidad y la familia. Desde esta posición se pueden detectar las consecuencias psicosociales del consumo -ansiedad, aislamiento o actitudes sexistas- e intervenir con acciones educativas y de apoyo.
Asimismo, como figura de enlace, el trabajador social en salud contribuye al diseño de estrategias intersectoriales que integren la educación afectivo-sexual en la atención primaria y promuevan relaciones saludables desde la más temprana edad. Al fin y al cabo, orientar a las nuevas generaciones en una sexualidad basada en la empatía, el consentimiento y la igualdad es su mayor responsabilidad.
El consumo de pornografía ha dejado de ser un tema privado y se ha convertido en un desafío colectivo. No es un problema moral, sino un problema de salud y de igualdad. Si la pornografía nos enseña a desear la violencia, nuestra tarea es aprender a desear con empatía. En este sentido, la educación en igualdad, afectividad y consentimiento no es una opción: es una emergencia social.
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