Actualmente, la capacidad de las bacterias, virus y hongos para evadir los efectos de los tratamientos diseñados para combatirlos se considera una de las diez principales amenazas para la salud pública. Se estima que esta resistencia a los antimicrobianos se cobra 5 millones de vidas cada año.
Sin embargo, este grave problema no se debe sólo a la alta capacidad adaptativa de los microorganismos patógenos: gran parte de la culpa la tenemos nosotros. ¿Cuántas veces nos han dicho, cuando nos sentíamos mal: "Toma este medicamento, en unos días te mejorarás"? ¿O cuántas veces hemos guardado los antibióticos sobrantes "por si acaso"?
Malas prácticas con consecuencias
Según una encuesta realizada en 14 países europeos con más de 8.500 participantes, 1 de cada 3 personas tomaba antibióticos sin receta; En algunos países, ese porcentaje era incluso más de la mitad. Una gran mayoría parecía ser consciente de que el mal uso de los medicamentos puede hacerlos menos eficaces, pero casi el 50% también afirmó que un antibiótico era eficaz contra los virus, cuando sólo lo era contra las bacterias.
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Por otro lado, ¿alguna vez has dejado de tomar un antibiótico a la mitad porque ya te sentías mejor? Si el especialista le ha recetado un medicamento durante 7 días cada 8 horas, no es lo mismo suspenderlo porque "ya estoy bien" que hacerlo porque "ya he superado completamente la infección". Asimismo, tratar un resfriado o una gripe con antibióticos es un error muy común, porque no es lo mismo un fármaco antiviral que un antibiótico.
Esta extensa lista de malas prácticas explica en gran medida el aumento de la resistencia microbiana.
Antibióticos con eficacia reducida.
Sin duda, el descubrimiento de los antibióticos marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Su época dorada se extendió entre los años 1940 y 1960, periodo durante el cual se descubrieron antibióticos naturales procedentes de bacterias como las tetraciclinas, antibióticos fúngicos como las penicilinas y antibióticos sintéticos como las sulfonas.
Aunque estos fármacos todavía se utilizan, su eficacia se ha reducido significativamente. De hecho, los tratamientos con betalactámicos (una gran familia de antibióticos que matan las bacterias inhibiendo la formación de sus paredes celulares) son a los que la mayoría de los microorganismos han desarrollado resistencia desde 2014, y las terapias eficaces son cada vez más escasas.
Por lo tanto, en caso de infección por bacterias multirresistentes, en el hospital se suelen utilizar cócteles de antibióticos de amplio espectro. Esto tiene sus inconvenientes porque nuestro cuerpo contiene bacterias no patógenas que también son destruidas por terapias tan agresivas.
Péptidos antimicrobianos al rescate
Una nueva estrategia para combatir las bacterias resistentes a múltiples fármacos son los péptidos antimicrobianos (AMP), que se consideran agentes evolutivos (agentes que cambian con el tiempo) de nuestro sistema inmunológico innato.
Los AMP, que se encuentran en muchos organismos, actúan como la primera línea de defensa contra bacterias, virus y hongos. Se caracterizan por tener propiedades anfipáticas (tienen aminoácidos que reaccionan con el agua y otros que la repelen) y tamaño pequeño. En particular, no contienen más de 50 aminoácidos, las pequeñas partes que forman las proteínas. Para que te hagas una idea, una cadena de 50 aminoácidos es unas 40 veces más pequeña que un virus.
En las últimas dos décadas, los AMP han llamado la atención de los investigadores debido a su capacidad para distinguir entre membranas procarióticas y eucariotas, es decir, entre las envolturas celulares de las bacterias y las células humanas. Esto se debe a que, al tener carga positiva, los péptidos antimicrobianos interactúan únicamente con las membranas bacterianas (carga negativa), sin afectar a las células eucariotas, que son neutras (sin carga).
Usar AMP como tratamiento antimicrobiano dificultaría el desarrollo de resistencia, porque estos péptidos actúan sobre toda la superficie de la membrana, y cambiar la carga de esa cobertura no es una estrategia sencilla para el microorganismo debido a los altos costos energéticos que implica. Además, para que esto suceda, tendrían que acumularse miles de eventos evolutivos, lo que podría llevar muchos años.
Sin embargo, los péptidos antimicrobianos aún no se utilizan como tratamiento antibacteriano porque producen efectos negativos en el organismo y son descompuestos por las enzimas que produce nuestro cuerpo. Pero la comunidad científica continúa dando grandes pasos para superar estos obstáculos. Por ejemplo, el proyecto FORMAMP (UE) estudió cómo formular AMP con nanopartículas para mejorar su estabilidad y eficacia.
Mientras esperamos que lleguen soluciones como los AMP, debemos ser conscientes de que la automedicación es una de las principales causas de la resistencia a los antibióticos. El uso prudente de estos medicamentos ayudará, como mínimo, y no empeorará el problema.
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