¿Podría la Antártida convertirse en el único continente sin ruinas? ¿Y si proteger su naturaleza implicara también decidir qué pasado y presente recordaremos en el futuro?
Aunque generalmente se considera un territorio apenas explorado, la presencia humana abarca ya más de dos siglos y ha dejado huellas materiales y recuerdos diversos. Pero, ¿qué recordamos y qué olvidamos al respecto?
Las políticas ambientales, diseñadas para reducir el impacto humano, también actúan como políticas de memoria. Analizar los casos opuestos nos permite pensar en la protección y el olvido.

Traslado de módulos de viviendas prefabricadas a bases científicas en la Antártida. Senador de la CPI.
En 1959, el Tratado Antártico declaró al continente un espacio dedicado a la paz y la ciencia. Tres décadas después, el Protocolo de Madrid lo convirtió en uno de los territorios más protegidos del planeta. Desde entonces, todos los restos de actividad humana, pasada o presente, deben ser eliminados, con excepciones como los declarados "lugares y monumentos históricos".
Este régimen ha reducido la contaminación y protegido la biodiversidad, pero también ha cambiado la forma en que planificamos el futuro. Hoy en día, son prioritarias acciones reversibles, como el diseño de bases científicas con arquitecturas removibles. La protección era necesaria, pero también planteaba nuevas preguntas. ¿Qué pasa cuando se conservan algunas huellas y se eliminan otras? Entonces no sólo se empieza a considerar la protección del medio ambiente, sino también la forma en que se construye la memoria.
cápsulas del tiempo
La preservación histórica se centró en un grupo seleccionado de sitios, la mayoría asociados con las hazañas de grandes exploradores o científicos del siglo XX. Sus cabañas meticulosamente restauradas se presentan como cápsulas del tiempo, con latas de galletas, ropa colgada, libros e instrumentos científicos aún en su lugar.
El resultado es un pasado preservado en un momento idealizado: no son ruinas porque ocultan el paso del tiempo. Durante la restauración no sólo se borraron las diferentes capas de historias humanas, sino también aquellas asociadas a elementos no humanos, como hongos o hielo depositados durante décadas.
Estas reconstrucciones ofrecen una imagen limpia y ordenada de un pasado extraordinario e inolvidable. Así la memoria queda asociada a gestas heroicas, mientras otras diferentes y variadas vivencias antárticas desaparecen de escena.

Cabaña de expedición de Ernest Shackleton en el cabo Royds, Antártida (1907-1909). Paisajes vacíos del Departamento de Estado de EE.UU.
La "naturaleza intacta" es otro principio importante de la protección de la Antártida. Según esta lógica, se deben eliminar todos los restos de la actividad humana que no sean declarados históricos, manteniendo la imagen de un continente limpio.
La limpieza protege el medio ambiente, pero también borra recuerdos de personas, animales y paisajes. Un ejemplo es la antigua fábrica ballenera de las Orcadas del Sur. Desmantelado, sin estudios y documentación, apenas recuerda su existencia.
De esta manera, la división entre "naturaleza" y "cultura" conduce tanto a la protección del medio ambiente como al cuidado del patrimonio. Por un lado, genera cápsulas heroicas y, por el otro, huellas de descarte indocumentadas. Por lo tanto, la política ambiental también determina qué pasados permanecen visibles y cuáles quedan excluidos.

Huesos de ballena esparcidos en la costa de las Islas Shetland del Sur, Antártida. Senador de la CPI.
Algunas ruinas desapercibidas han escapado a esta lógica y se han convertido en el foco de la arqueología moderna. No hacen referencia a un pasado único y estático, sino que están en constante cambio. Son fragmentos desordenados donde se cruzan lo humano y lo no humano, el pasado y el presente. Un ejemplo muy interesante son los huesos de ballena que yacen en las playas. No encajan en las categorías de patrimonio cultural ni en la idea de naturaleza intacta. Al mismo tiempo, resumen un pasado diverso e inexplorado.
¿Cómo llegaron allí y qué historias anteriores reflejan? ¿Cómo se perciben hoy? Estas preguntas están abiertas y demuestran el potencial de los restos para generar conocimiento sobre las interacciones entre humanos y la Antártida.
esqueletos de ballenas
En los años 1970, el naturalista francés Jacques-Yves Cousteau visitó una playa cubierta de huesos. Los interpretó como restos de la industria ballenera que tuvo un impacto en la Antártida a principios del siglo XX. Con algunos, armó un gran esqueleto y lo llamó "monumento a la estupidez humana".
Esta historia es poco conocida, pero el esqueleto aún existe. Armado en la playa, fácilmente pasa desapercibido porque se interpreta como algo natural. Sin embargo, está formado por huesos de diferentes animales y especies. Es un conjunto que mezcla diferentes historias y épocas.
Este no es el único caso. Quizás inspirados por Cousteau, otros esqueletos fueron ensamblados poco a poco, de forma anónima. Uno se integró a la vida cotidiana y emocional de la base científica, el otro se convirtió en atractivo turístico y así generó nuevas experiencias y significados. Nos muestran que las ruinas forman memorias presentes, cambiantes y abiertas.
Recuerdos de la Antártida
Los recuerdos no siempre se dejan capturar. Al igual que los esqueletos de ballenas, no son sitios históricos, ni residuos, y mucho menos naturaleza intacta. Nos obligan a pensar en los efectos inesperados de las políticas de conservación y las múltiples formas que puede adoptar la memoria antártica.

Ruinas del siglo XIX entre colonias de pingüinos y elefantes marinos en la isla Livingston, Islas Shetland del Sur, Antártida. Senador de la CPI.
De la mano de la protección ambiental se ha construido una historia selectiva que ofrece un pasado idealizado y limita lo recordado. El desafío es abrir la mirada a recuerdos menos controlados e idealizados, más variados y cercanos. Recuerdos que, como ruinas supervivientes, se resisten a ser fijados en una forma de historia.
Asimismo, esta ausencia tiene efectos prácticos: limita la investigación ecológica e histórica y también reduce nuestra capacidad para comprender las interacciones humanas con y en la Antártida, incluidas las experiencias cambiantes y variadas de quienes vivieron y trabajaron allí. Sin estas huellas, el lugar aparece como un territorio sin inscripciones ni conexiones.
La Antártida podría convertirse en el único continente sin ruinas: todo está construido para una futura jubilación. En este proceso de creación de un pasado y un presente extraordinarios bajo la idea de pureza ecológica, ¿olvidaremos cómo llegamos hasta aquí?
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