Me dirán que siempre hablo de inteligencia artificial y tienen razón. Lo hago sin querer, como una especie de exorcismo inconsciente, como si gastando tanto en el término pudiera pulirlo y limpiarlo de todo lo que nos confunde. Empezando por la misma palabra "inteligencia". ¿Qué ganamos y qué perdemos cuando la IA deja de ser sólo un artefacto y se convierte, lingüísticamente, en un alter ego humano: una entidad que "piensa", "siente" e incluso "se preocupa" por los humanos?
La ciencia (y eso incluye la filosofía, que sería algo así como la ciencia del amor al conocimiento) se ha dedicado en los últimos cinco años a analizar las complejas implicaciones que las nuevas herramientas digitales tienen en nuestras vidas. Pueden usarse para algo tan hermoso como crear poesía, pero también con fines perversos, como permitir la pedofilia en las plataformas de videojuegos online. Necesitamos advertir sobre los riesgos, no para asustar a nadie, sino para darle a la gente la oportunidad de prevenirlos. Esto es lo que pensaba Günter Anders, conocido por sus colegas como el "sembrador del pánico" y firme defensor de que la tecnología nunca será neutral.
Y la realidad es a veces desagradable, especialmente cuando la producción de conocimiento está determinada por intereses geopolíticos, desigualdades estructurales y presiones económicas. O cuando evoca mantras generalizados, como la falsa creencia de que la tecnología siempre equivale a progreso. También tiene su cara oculta: puede emplear mano de obra barata en condiciones inhumanas -los nuevos esclavos digitales-, tener un gran impacto en el medio ambiente o alterar la salud mental de jóvenes y adolescentes.
Pero ¿quién es responsable de hacer que los beneficios de la tecnología estén disponibles para todos y al mismo tiempo protegernos de sus riesgos? Podemos empezar haciendo algunas cosas en nuestro ámbito individual, sí. Pero la mayor parte de la tarea recae en los reguladores, y antes en todos estos investigadores que se proponen estudiar y producir evidencia sobre los riesgos, consecuencias y novedades que el progreso tecnológico trae a la sociedad. Sin duda, necesitamos más científicos dedicados y gobernantes mejor informados.
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