La responsabilidad compartida y la igualdad de género se han convertido en los objetivos centrales de la política familiar. Sin embargo, la experiencia real de las madres todavía muestra una profunda tensión entre el ideal de igualdad y el deseo de cuidar.
En nuestra encuesta a más de quinientas mujeres i-maternas (aún no publicada, pero cuyo resumen puedes ver aquí), el 98,2% confirma que sigue asumiendo la carga mental del hogar (planificar, anticipar, recordar, organizar), especialmente en lo que respecta a los hijos. Este trabajo invisible sigue recayendo, casi siempre, sobre los hombros de las madres.
Casi todos los participantes (98%) expresaron su deseo de pasar más tiempo con sus hijos durante los primeros años de vida. Lejos de ser una respuesta a una falta de ambición profesional, esta tendencia está vinculada a una realidad biológica y emocional ampliamente respaldada por la ciencia.
Las teorías del apego, desarrolladas por el psiquiatra John Bowlby y ampliadas por Mary Ainsworth, muestran que el contacto continuo con un proveedor de atención primaria (en la mayoría de los casos, la madre) es esencial para el desarrollo emocional y la seguridad del bebé.
Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan mantener la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida, un periodo que en España supera con creces las dieciséis semanas permitidas actualmente.
La paradoja de practicar la maternidad plena
Esta distancia entre las recomendaciones científicas y las políticas públicas crea una paradoja: la maternidad se celebra simbólicamente, pero el momento de aprovecharla al máximo se castiga. Muchas madres acaban combinando vacaciones, días libres o jornadas laborales reducidas para prolongar su presencia con el bebé, con el coste añadido de la pérdida de ingresos o el estancamiento del trabajo.
Al mismo tiempo, se enfrentan a un discurso social que insiste en la igualdad formal, pero no en la libertad real de elección.
El resultado es una silenciosa crisis de identidad. Después de años de formación y desarrollo profesional, muchas mujeres sienten que su valor social se desvanece si eligen priorizar el cuidado.
La maternidad, que debe vivirse como un momento de vinculación y crecimiento, se convierte para muchas en una fuente de culpa: querer quedarse con el niño, volver pronto a trabajar o no poder hacerlo todo a la vez.
Mientras tanto, la tensión mental continúa. Aunque los padres están más implicados que antes, la responsabilidad de pensar en la familia (recordar vacunas, citas médicas, horarios escolares, comidas, actividades...) sigue recayendo principalmente en las madres.
Este esfuerzo invisible no se contabiliza en las estadísticas laborales ni en los indicadores de bienestar, pero tiene un coste emocional y cognitivo importante. Un informe del Instituto de la Mujer (2023) de España muestra que las mujeres dedican más del doble de tiempo que los hombres a la planificación familiar y al apoyo emocional de sus hijos.
Esta carga mental no sólo es agotadora, sino que también limita el desarrollo personal y profesional, generando un malestar que no siempre es visible. La psicología y la sociología contemporáneas, como las describen Arlie Hochschild o Nancy Chodoru, han demostrado cómo la gestión emocional y logística del hogar representa un "segundo turno" que evita la desconexión incluso fuera del trabajo.
Las madres viven en constante atención, anticipándose a las necesidades de los demás antes que a las propias. Esta hiperresponsabilidad perpetúa una desigualdad menos visible pero estructural.
La pregunta, entonces, no es si las madres deben trabajar o cuidar, sino por qué las políticas no permiten la elección sin culpa o castigo. La igualdad no puede imponerse como un molde. Debes reconocer la diversidad de deseos y circunstancias.
Para muchas mujeres, la opción de quedarse con su bebé unos meses más no supone un revés, sino una decisión consciente, emocionalmente necesaria y socialmente valiosa. Sin embargo, el discurso público rara vez confirma esa elección; La maternidad sigue asociada al sacrificio, la dependencia o la falta de ambición.
3 cambios para lograr la reconciliación
La verdadera reconciliación requiere tres cambios fundamentales de enfoque:
Reconocer la carga mental como parte del cuidado y distribuirla equitativamente entre ambos padres, incluyendo medirla en indicadores de bienestar y políticas de salud mental.
Proporcionar flexibilidad y libertad de elección, para que cada familia pueda decidir cómo organizar el tiempo de crianza sin sanciones económicas o sociales. Esto incluye una revisión de la licencia parental para reflejar las recomendaciones científicas sobre el desarrollo infantil y la lactancia materna.
Revalorizar el cuidado como una contribución social esencial, no como una ruptura de la productividad. Los cuidados forman parte de la economía del bienestar y deberían ser reconocidos como tales por las empresas y administraciones públicas.
Hablar de maternidad libre de culpa es de salud social. Si las políticas públicas no integran la dimensión emocional del cuidado, seguirán midiendo la igualdad sólo en términos de presencia en el trabajo, ignorando la base emocional sobre la que se construye el bienestar infantil y familiar.
Como señala Bowlby, la calidad del apego temprano determina gran parte del desarrollo emocional posterior; y, sin tiempo ni apoyo, esa relación se resiente. Además, pensar la maternidad desde la perspectiva de la libertad también beneficia a los hombres.
La responsabilidad compartida no consiste sólo en "ayudarlos", sino también en redefinir el cuidado como un valor compartido y universal que no disminuye la identidad ni las oportunidades de nadie. Sólo cuando los cuidados dejen de ser un asunto de mujeres podremos hablar de igualdad real.
El cuidado no debe considerarse un sacrificio, sino un derecho. Reconocer esto no disminuye la igualdad, la fortalece, porque permite a hombres y mujeres elegir por libertad, no por culpa. Una sociedad que valora el cuidado no sólo protege a las madres y a los bebés: se protege a sí misma.
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