La revolución industrial comenzó con el carbón. Facilitó la obtención de hierro y acero para la producción de máquinas que se movían gracias al trabajo mecánico de la máquina de vapor, que, a su vez, funcionaba con carbón. La capacidad de trabajo de los trabajadores ha aumentado muchas veces. Fue el comienzo del período más espectacular del progreso humano.
En la actualidad, nos resulta evidente la relación entre la disponibilidad de abundantes fuentes de energía y el desarrollo económico y social. Sin embargo, el papel único de la energía en el funcionamiento de las sociedades avanzadas no se descubrió de manera indiscutible hasta que los países de la OPEP restringieron la extracción de petróleo. Fue el origen de las crisis de 1973-1975 y 1979-1981.
No hay relación causal.
Desde entonces, hemos internalizado la creencia de que el progreso económico, medido por el producto interno bruto (PIB), sólo es posible con un aumento continuo del consumo de energía. Si aceptamos que esto ha sido así durante décadas, no podemos equivocarnos al pensar que la producción de energía es lo que impulsa el crecimiento económico.
De hecho, hay muchos países (Reino Unido, Alemania, Dinamarca, Francia...) donde el PIB sigue creciendo sin consumir más energía y, de hecho, reduciendo sus emisiones de dióxido de carbono.
Por tanto, se produce la deseada separación entre consumo de energía y crecimiento económico. En los países avanzados, es la actividad económica la que determina en última instancia el consumo de petróleo, gas, carbón o electricidad; El suministro de energía no es lo que determina el crecimiento económico.
Fuentes de energía renovables y crecimiento
En el contexto actual de transición energética, esta reflexión es necesaria para no caer en la trampa de creer que limitar el uso de fuentes de energía renovables tendrá como resultado la reducción de la economía, ya que la economía sigue su propia dinámica.
Si la producción de energía renovable no es suficiente, las empresas (y las familias) seguirán consumiendo combustibles fósiles, a pesar de las regulaciones que los prohíben. Las prohibiciones o restricciones serán insostenibles si, por ejemplo, conducen a un aumento del desempleo o una disminución del bienestar.
El continuo crecimiento del consumo de bienes y servicios pone en peligro la sostenibilidad de la civilización global. Ahora, la solución no pasa por limitar el uso de fuentes de energía renovables. Los problemas que surgen del crecimiento económico deben resolverse desde la economía, no desde el sector energético. Si lo hacemos al revés, caeremos en el caos social o exacerbaremos aún más una crisis climática que ya es crítica.
Oponerse al despliegue de energías renovables con el argumento de que la economía debe decaer es un gran regalo para las compañías petroleras. Vale recordar que, por suerte o por desgracia, contamos con combustibles fósiles desde hace muchas décadas.
¿No es el aceite el problema?
Prueba de lo que decimos es el reciente cambio de estrategia de British Petroleum. En febrero, acordó aumentar la producción de petróleo y reducir las inversiones en fuentes de energía renovables. Según su director general, el cambio de rumbo de la empresa exige una reducción de las expectativas comerciales para la división de energías renovables.
Una decisión que, si marca tendencia, tendrá consecuencias dramáticas, porque los acuerdos internacionales no van a la raíz del problema. Por ejemplo, según el presidente de la COP 2023 de Dubái, el problema no es el petróleo, sino el CO₂. Lamentablemente, no se vislumbra ningún acuerdo para limitar la explotación de combustibles fósiles.
Transición energética y crecimiento
Una de las condiciones para la supervivencia de la civilización es saber vivir mejor con menos. Sin embargo, no intentemos alcanzar este objetivo asfixiando la economía con un uso insuficiente de energías renovables. Al someter este despliegue a una crisis económica, no estaríamos tomando un atajo, sino un desvío.
Por otro lado, cabe recordar que la transición energética pasa por una reducción del consumo de combustibles fósiles en dos aspectos clave. En primer lugar, una mejora significativa de la eficiencia energética asociada a la electrificación, es decir, la reducción de energía (por ejemplo, en el caso de un coche eléctrico). Y, en segundo lugar, una reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero, por ejemplo las asociadas a la producción de electricidad.
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