El aislamiento social mata. Aumenta el riesgo de muerte en un 30%, aproximadamente lo mismo que fumar cigarrillos y mucho peor que factores como la obesidad y un estilo de vida sedentario.
Los estadounidenses están viviendo lo que los investigadores llaman una recesión de la amistad y pasan menos tiempo con amigos que en cualquier otro momento de la historia reciente.
En 2023, el Cirujano General de Estados Unidos declaró que la soledad era una epidemia. Las muertes por factores como el suicidio, la adicción y el alcoholismo, llamadas muertes por desesperación, siguen aumentando.
Si bien los médicos controlan rutinariamente la presión arterial de los pacientes y preguntan sobre sus hábitos de ejercicio, rara vez evalúan la salud social.
Las directrices de salud pública instan a los estadounidenses a comer verduras, hacer ejercicio 150 minutos a la semana, dormir de siete a nueve horas cada noche y beber menos de una o dos bebidas alcohólicas al día. Pero pocas autoridades de salud pública se han ocupado del vínculo social... hasta ahora.
Como científicos que se centran en las políticas públicas y los determinantes sociales de la salud y el bienestar, somos parte de un equipo internacional de más de 100 expertos que han emprendido el primer esfuerzo sistemático para desarrollar directrices basadas en evidencia para la conectividad social.
Estas directrices, ahora disponibles públicamente, pretenden hacer más que proporcionar asesoramiento. Algunos de sus elementos ya se han incorporado a las políticas de los Países Bajos y Gran Bretaña.
La esperanza es que las directrices puedan elevar la importancia de la conexión social al mismo nivel que las prácticas básicas de salud pública, como hacer ejercicio, no fumar y depender de un conductor designado cuando se sale a beber con amigos.
El aislamiento social aumenta drásticamente el riesgo de muerte de las personas, casi tanto como el de fumar. Valor de la política
Durante décadas, las investigaciones han demostrado que la conexión social es clave para una buena salud. La Constitución de la Organización Mundial de la Salud, adoptada en 1946, define la salud como "completo bienestar físico, mental y social".
Codificar las diversas dimensiones de la salud en directrices basadas en evidencia es importante porque las directrices permiten a las personas poner las recomendaciones en práctica. Las etiquetas nutricionales ayudan a las personas a comprender lo que comen. Las recomendaciones de ejercicio ayudan a las personas a saber cuánto ejercicio puede proteger su salud. Los límites de presión arterial indican tanto a los pacientes como a los médicos cuándo es el momento de intervenir.
Las políticas también moldean los sistemas en la forma en que las personas se sienten todos los días. Las pautas de ejercicio, por ejemplo, han ayudado a motivar a las ciudades a invertir en calles transitables para peatones y carriles para bicicletas, a los lugares de trabajo a diseñar programas de bienestar y a las escuelas a incluir la actividad física en los planes de estudio.
Las directrices de salud social pueden desempeñar un papel similar.
Las métricas estandarizadas para el bienestar social pueden ayudar a los profesionales de la salud a identificar cuándo alguien está socialmente aislado, permitir a los empleadores diseñar lugares de trabajo que fomenten la conectividad y dar a las escuelas y ciudades objetivos más claros para construir entornos socialmente solidarios.
También sientan las bases para "prescripciones sociales" (formas estructuradas de conectar a las personas con programas comunitarios o actividades grupales) que algunos sistemas de salud ya están comenzando a probar.
La ciencia de la conexión
A partir del verano de 2023, nuestro equipo pasó más de dos años desarrollando un conjunto de directrices internacionales para la salud social utilizando más de 40 resúmenes de evidencia en lenguaje sencillo, numerosos estudios de casos, conversaciones con comunidades marginadas y consultas exhaustivas con expertos globales.
Lo que encontramos resalta varios principios fundamentales del bienestar social.
En primer lugar, no existen reglas universales para la salud social. No existe un número mágico de amigos ni un número ideal de horas sociales semanales. Las necesidades sociales varían ampliamente. Tanto los introvertidos como los extrovertidos necesitan conexión, pero satisfacen esa necesidad de manera diferente. El mundo social de un nuevo padre es completamente diferente al de un jubilado. Y la calidad triunfa sobre la cantidad: una conversación significativa puede ser más nutritiva que una docena de intercambios rápidos.
En segundo lugar, la tecnología no es el villano que a menudo se supone que es. El desplazamiento pasivo puede perjudicar el bienestar, pero el uso activo e intencional puede fortalecer las conexiones, ya sea a través de videollamadas con familiares lejanos, chats grupales que mantienen amistades o aplicaciones que ayudan a los vecinos a organizar reuniones locales. La clave es utilizar la tecnología para facilitar la conexión real, no para reemplazarla.

La tecnología puede ayudar a mantener relaciones a larga distancia. FG Trade Latin/E+ vía Getty Images
En tercer lugar, las relaciones están determinadas tanto por los sistemas como por los individuos. La salud social no es sólo un esfuerzo personal. Proviene de entornos locales que permiten la conectividad. Las investigaciones muestran que invertir en infraestructura social (los lugares y espacios donde nos conectamos, como bibliotecas, parques y cafés) mejora considerablemente el bienestar. Y las comunidades que tienen concentraciones más densas de esos espacios tienen mejores resultados de salud después de los desastres.
Finalmente, las diferentes redes son importantes. Una buena salud social incluye tanto relaciones cercanas como "vínculos débiles": conocidos, vecinos, personal de empresas locales y otras personas que uno ve de pasada. Estas interacciones más ligeras ofrecen beneficios significativos: un barista que recuerda su pedido, un colega con quien intercambia algunas palabras, un compañero paseador de perros a lo largo de su ruta.
Los estudios muestran que los vínculos débiles brindan nueva información, oportunidades inesperadas y un sentido más amplio de pertenencia que los amigos cercanos por sí solos no pueden brindar. Una combinación de conexiones (profundas y superficiales) forma la base de una vida socialmente saludable.
De la investigación a la realidad
Las instituciones con visión de futuro ya están experimentando con los principios que subyacen a nuestras directrices.
Algunos lugares de trabajo ahora evalúan la salud social al tomar decisiones políticas, como el teletrabajo o la distribución de las oficinas, reconociendo que las normas de comunicación y el diseño físico dan forma a la forma en que los empleados se conectan. Las escuelas enseñan inteligencia emocional y habilidades para la amistad como un plan de estudios básico, no como complementos. Las ciudades invierten en infraestructura social (centros comunitarios, espacios públicos compartidos y plazas) que unen a las personas de forma natural.
A nivel personal, las directrices sugieren algunos cambios sencillos:
Priorizar el tiempo presencial. Incluso las interacciones personales breves levantan el ánimo, reducen el estrés y generan confianza.
Utilice la tecnología de forma activa, no pasiva. Comuníquese, programe una videollamada o use aplicaciones para crear oportunidades para conectarse, no solo para desplazarse.
Trate la soledad como una renovación, no como un fracaso. Una vida social saludable implica una interacción significativa y un tiempo de inactividad necesario para recargar energías.
Desarrolle rutinas que creen una interacción natural. Camine por la misma ruta todos los días, conviértase en un habitual de los lugares del vecindario o únase a actividades comunitarias en curso para crear oportunidades predecibles para conectarse.
Y lo más importante: toma la iniciativa. En una cultura que trata la socialización como un lujo, priorizar las relaciones es silenciosamente radical.
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