¿Cómo pudo Beethoven crear la Novena Sinfonía estando completamente sordo? Probablemente, la respuesta no esté sólo en su talento musical, sino en una increíble capacidad mental: la autorregulación. El gran genio no necesitaba escuchar físicamente el sonido, ya que lo planificó, monitoreó y evaluó críticamente en su mente.
Ahora, llevemos esta escena a la realidad de cualquier conservatorio actual. Después de clase, la mayoría de los estudiantes se acercan a practicar el instrumento utilizando la repetición mecánica del pasaje como método. Cuando no avanzan al ritmo deseado, se sienten frustrados. El sonido está ahí, pero les falta la brújula interior que usaba Beethoven.
La clave no es practicar más, sino practicar mejor, utilizando estrategias que ayuden al músico a autorregular su proceso creativo.
Del piloto automático al mando consciente
Un músico profesional conoce sus fortalezas y debilidades: es capaz de marcarse objetivos específicos para cada sesión, monitorizar su ejecución en tiempo real para detectar errores y autoevaluar críticamente los resultados. Por el contrario, el músico novato suele tener escasas capacidades de autorregulación. Su método de aprendizaje centrado en la repetición sin objetivo, muchas veces ineficaz, conduce al agotamiento y la frustración.
Para favorecer la transición de esta práctica automática a una práctica consciente y creativa durante el aprendizaje, el psicólogo educativo estadounidense Barry J. Zimmerman sugirió crear un "andamio mental" que nos obligue a pasar por las etapas de planificación, seguimiento y evaluación.
Este andamiaje permite a los músicos principiantes comprender cómo aprenden y diseñar herramientas para tomar el control. Pasarás de repetidor mecánico a gestor de desafíos, adaptando creativamente tus técnicas para conseguir tu objetivo.
Andamiaje mental para tocar un instrumento.
El andamiaje consiste en rutinas de pensamiento: son los soportes que nos dan una estructura concreta para tomar el control.
Un ejemplo de esto sería responder preguntas como:
¿Cuál es mi objetivo para hoy?
¿Lo estoy haciendo bien?
¿Qué funcionó bien o no?
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Veamos un ejemplo a través de una rutina que llamaremos "arquitecto musical":
En la planificación, el músico analiza la partitura para identificar patrones específicos (como reconocer que un pasaje complejo en sol mayor es un arpegio con síncopas) y define objetivos mensurables: por ejemplo, en una sesión de estudio, poder dividir los arpegios y practicarlos de forma aislada hasta que adquieran velocidad.
Durante el monitoreo, detecte problemas técnicos en tiempo real (como que a un dedo le falte una transición) e implemente estrategias inmediatas como aislar barras o ajustar dedos.
Finalmente, en la evaluación reflexionar críticamente sobre los resultados obtenidos y sacar conclusiones estratégicas para futuras sesiones, transformando la práctica repetitiva en un ciclo de mejora continua y autonomía.
Este tipo de "andamio cognitivo" activa la corteza prefrontal, la sede de las funciones ejecutivas, lo que nos permite planificar la resolución de problemas, monitorear la ejecución en tiempo real y gestionar la interpretación creativa.
Las rutinas de reflexión también ofrecen un contexto en el que puedes ser más creativo con la práctica musical, porque no sólo estás repitiendo, sino que estás pensando activamente en el pasaje y diseñando tu propio camino de aprendizaje.
Una investigación con estudiantes de bajo eléctrico.
Para probar la efectividad de estas herramientas, realizamos una encuesta con cinco estudiantes de bajo eléctrico. Las edades de estos estudiantes oscilaron entre 13 y 45 años, lo que refleja la diversidad de edades y perfiles de estudiantes que los profesores de conservatorio encuentran en sus aulas.
En primer lugar, todos los estudiantes respondieron un cuestionario de regulación metacognitiva musical que mide si planifican su práctica, detectan errores y evalúan su progreso.
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Durante las siguientes dos semanas, se capacitó a los estudiantes para que utilizaran rutinas de reflexión para fomentar las pausas y la reflexión. Entonces, antes de iniciar la práctica musical, se preguntaron: ¿conozco la estructura de la pieza? ¿He escuchado una versión?
Durante el juego: ¿Estoy empezando a una velocidad lo suficientemente lenta? ¿Anoto dudas o dificultades? Y por último: ¿sé cómo quiero que suene? ¿Puedo tocarlo con metrónomo o con música (pista de acompañamiento)? Después del período de práctica, respondieron nuevamente el cuestionario.
El análisis confirmó mejoras estadísticamente significativas en todos los resultados de autorregulación. Todos los estudiantes fueron más estratégicos en su planificación, ofrecieron soluciones más creativas a las dificultades y fueron más críticos en su autoevaluación. No sólo sintieron que aprendieron mejor, sino que también cambiaron su método de aprendizaje.
Circuitos motores más corteza prefrontal
Los hallazgos apuntan a la posibilidad de cambiar la forma en que se estudia y enseña la música. El ejercicio basado en la repetición automática, que activa circuitos motores, debe asociarse con una práctica estratégica que involucre activamente la corteza prefrontal.
De esta manera se entrena y habilita la creatividad, porque al construir una base sólida de conocimiento, técnica y capacidad de decisión, el aprendiz desarrolla su brújula interior para producir algo único y personal. El aprendizaje musical se convierte en un proceso mucho más creativo, profundo y motivador.
Creatividad: el capitán del barco
La creatividad no aparecerá por arte de magia tras una práctica más efectiva, sino porque el aprendizaje autorregulado activa la corteza prefrontal, el "capitán del barco", es decir, la región del cerebro encargada de planificar, tomar decisiones y evaluar resultados.
Cuando un músico deja de repetirse automáticamente y comienza a analizar conscientemente lo que está haciendo (por qué un pasaje no fluye, qué emoción quiere transmitir o cómo cambiar la dinámica para lograrlo) activa las redes cerebrales asociadas con el pensamiento divergente y la resolución de problemas. La técnica está ligada a la intención expresiva: el intérprete ya no se limita a tocar notas, sino que piensa, elige y crea.
La próxima vez que escuches a un músico brillante, considera la orquestación invisible pero poderosa de su mente. Ciertamente detrás de cada nota hay horas de práctica deliberada, pero conectada con una estrategia consciente y fuerte.
El estudio en el que se basa este artículo se pudo realizar gracias a la ayuda del profesor Francisco Javier Folch Segarra.
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