Sara, de 17 años, tenía cuentas en Instagram y Facebook de la época joven. Ella adulta contactó a las redes sociales y le propuso pagarle a cambio de fotografías y videos eróticos. Con el tiempo, comenzó a administrar sus perfiles.
Ella "se sintió como una estrella". Comenzaron a reconocerla en la calle y se sintieron dignas, hasta que quieren sentir que los "seguidores" sienten que ella se siente violada. Actualmente sufre de depresión y trastorno bipolar.
El caso de Sara dijo que el educador del Centro de Vivienda para la Protección de Niños y Adolescentes en el que vivía, administró las bases de acuerdo con el Cataletra General, en el contexto de una investigación reciente. No es un caso único entre los jóvenes (y especialmente los jóvenes) que viven bajo centros estatales en centros de vivienda, y aquellos que no enseñan o se preparan para las redes sociales.
Un escándalo reciente que sacudió la Dirección General de Niños y Adolescentes (con la revelación de Pedelle en general, que administraba niños y adolescentes en los centros de tutela) colocados en el problema estructural de la mesa: el límite de protección institucional del riesgo del mundo digital.
En respuesta, GeneralTat anunció la creación de una nueva Dirección General para la Prevención y Protección de Niños y Adolescentes. Pero la pregunta existe: ¿es suficiente reorganizar la estructura para deshacerse de lo que es en el fondo?
Vulnerabilidad de los medios y auto-posición
En esta encuesta doctoral, se concluyó 2024. Años, trabajé en el concepto de vulnerabilidad de los medios. No es solo la exposición al contenido dañino o el abuso de las redes sociales, sino algo más profundo. Es la transferencia de la situación de vulnerabilidad social, la que excede a los niños y adolescentes institucionalizados, al espacio digital, en forma de autopista, que puede ser dañino, incluso peligroso, para su salud psicológica y física.
En Cataluña, más de 5,000 niños y adolescentes actualmente viven en centros de vivienda (17,000 en España). Estos espacios, diseñados para ofrecer la vida bien conocida, trabajando en un criterio educativo llamado "normalización". Es: los adolescentes deben poder vivir, estudiar, comunicarse y socializar como cualquier otro joven en su edad. E naturalmente implica el uso de redes sociales digitales.
Territorios de riesgo digital
Pero en la práctica, el acceso a las redes no siempre va acompañado de un marco educativo sólido. En ausencia de criterios claros o comunes entre los centros, muchos equipos deciden que los jóvenes usan redes como parte de su "vida normal", pero también porque permite la ilusión de sentimientos iguales a los demás. Lo que sucede entonces es que estos espacios digitales, diseñados como formas de conexión o expresión, también se convierten en territorio arriesgado. Y a veces, violencia.
Los adolescentes giran sus redes para "ver y verse". Para construir una identidad, busque la aprobación, integre en las comunidades que les dan un sentido de pertenencia. Buscan la identidad presentada con la audiencia. Las plataformas digitales aparecen como una nueva oportunidad espacial, solo a la promoción fuera de la espiral de la vulnerabilidad social. En esto sin el entrenamiento acompañante o crítico y sin el acompañamiento más costoso y personalizado de un adulto de referencia, se exponen más riesgos.
Fragilidad y ausencia de enlaces: factores de riesgo
Esta exposición reacciona a una combinación de factores: fragilidad emocional, falta de conexiones seguras, búsqueda desesperada de afecto, presión estética, precisa. Por lo tanto, la vulnerabilidad de medios predeterminada, más que el riesgo: es una consecuencia directa de la impotencia estructural. Y no afecta de manera desigual. Las niñas, especialmente, en una situación de mayor peligro: relaciones con hombres adultos, prostitución digitalizada, como en el caso de Sara y la exposición al cuerpo como una exposición al valor simbólico.
Las cinco dimensiones se descubrieron centralmente para comprender esta forma de vulnerabilidad: un entorno familiar anterior, salud mental, tipo de tecnología de acceso, nivel de alfabetización mediática y contactos de red que fueron construidos o heredados. Cuando estas dimensiones no se resuelven, las redes sociales se convierten en espejos deformantes de la adolescencia ya lesionada.
Desigualdad estructural
Es paradójico que la normalización, el principio de educación que debería proteger, termina parte del problema. Porque si se supone que todos los adolescentes deben tener el mismo acceso a las redes, sin considerar no todos a partir de la misma base, se juega la desigualdad en el entorno digital. La igualdad formal se ofrece donde hay una desigualdad estructural.
La institucionalización es una experiencia en sí misma que significa el impacto en la subjetividad. Los jóvenes que crecen del entorno familiar no solo arrastran los estigmas sociales, sino que también tienen menos oportunidades, menos redes de apoyo y menos acceso real para la ciudadanía completa. Si las redes sociales funcionan como una ruta de escape simbólica, sin una guía crítica o educativa, no garantizamos correctamente: abrimos otra puerta a la ambigüedad.
Criterios y protocolos comunes de protección
Si el uso de las redes sociales debe ser parte de la educación de los niños y adolescentes de hoy, en el caso de los jóvenes en riesgo, es aún más importante.
Si no intervimos con responsabilidad y visión crítica, el trabajo de protección será incompleto: incluir el concepto de vulnerabilidad de los medios a las políticas públicas podría permitir el establecimiento de criterios pedagógicos comunes, la capacitación de equipos educativos y la creación de protocolos de intervención.
De lo contrario, las redes, ya se conectan, pero también atrapen, seguirá siendo desigual jugando para aquellos que necesitan la preocupación más común.
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