Si hay un elemento que refleja claramente la inmensa creatividad de la evolución en el mar es la boca.
En los océanos y las aguas dulces del planeta, los dientes han adquirido las formas más inesperadas: algunos animales carecen por completo de ellos, mientras que otros producen decenas de miles de ellos durante su vida. En un medio acuático, donde los alimentos pueden escapar, flotar o resistir, la boca se convierte en un laboratorio evolutivo: los dientes son herramientas, armas y, en muchos casos, auténticas piezas de ingeniería biológica.
Útiles "raspadores"

Fluviátil o lampa lampa, un pez 'sin mandíbula'. CC-BI
La historia comienza con el más primitivo de los vertebrados, los agnatanos, un grupo sin mandíbulas que incluye a las lampreas. Estos animales, que parecen una mezcla de anguila y vampiro, no tienen dientes reales, sino un disco bucal cubierto de estructuras córneas en forma de pequeños ganchos o raspas. Con ellos se adhieren a otros peces y se alimentan de su sangre o fluidos tisulares.
Aunque su apariencia es inquietante, sus "dientes" no son dientes en sentido estricto. Están hechos de queratina, como nuestras uñas o cabello, no de esmalte. Son un invento diferente de la naturaleza para resolver el mismo problema: cómo agarrar y rasgar.
Durante siglos, los zoólogos han intentado clasificar las especies de lamprea basándose en la forma y el número de estos "raspadores". Sin embargo, estudios genéticos recientes han demostrado que esta clasificación era errónea: especies que parecían diferentes resultaron ser genéticamente iguales, y viceversa.
Tiburones: fábricas dentales
Si las lampreas representan el origen más humilde de los dientes, los tiburones representan el extremo opuesto. En ellos la naturaleza se ha liberado. Estos peces cartilaginosos, que dominaron los mares incluso antes que los dinosaurios, convirtieron sus dientes en una perpetua fábrica de dientes.
Un gran tiburón blanco puede tener entre 120 y 130 dientes funcionales, dispuestos en varias filas. Cada vez que uno cae, lo que puede ocurrir al atrapar una presa, el otro está listo para reemplazarlo. Durante su vida, un tiburón puede producir más de 30.000 dientes. Algunos incluso almacenan varios miles a la vez en una especie de cinta transportadora viva que garantiza que nunca pierdan una ventaja.

Foto de un tigre Thubron en las Bahamas. Wikimedia Commons., CC bi
El tiburón tigre (Galeocerdo cuvier) lleva la variación a otro nivel. A medida que crece, el diseño de sus dientes cambia: los juveniles tienen secciones estrechas, perfectas para pescar, mientras que los adultos desarrollan hojas afiladas, capaces de despedazar tortugas o mamíferos marinos. Este fenómeno, conocido como cambio ontogenético, muestra cómo la dentición refleja las necesidades del animal en cada etapa de su vida.
Hay un secreto celular detrás de esta maquinaria de reemplazo: en la lámina dental del tiburón, hay poblaciones de células madre que regeneran continuamente los dientes.
Curiosamente, las mismas bases moleculares que controlan este proceso se parecen a las implicadas en el desarrollo de los dientes humanos. Entonces, el estudio de los tiburones no sólo nos dice cómo cazan, sino también cómo algún día podrían regenerar los dientes en la medicina humana.
Pez óseo: los más curiosos
En peces óseos o carnosos la diversidad es aún mayor. Este grupo, que incluye desde caballitos de mar hasta meros y salmones, ha experimentado con todas las soluciones dentales imaginables.

Dibujos de teleósteos realizados por Francis de Laporte de Castelnau en su expedición de Río de Janeiro a Lima, 1856. Francis de Laporte de Castelnau.
Algunos, como el tambor de agua dulce (Aplodinotus grunniens), tienen más de mil diminutos dientes faríngeos situados en la base de la garganta, donde muelen moluscos y crustáceos. Otros, como la dorada (Archosargus probatocephalus), sorprenden por sus dientes casi "humanos": incisivos delante, molares detrás y una disposición perfectamente adaptada para romper conchas o triturar algas.
Pero no todo el mundo tiene dientes. Muchas especies carecen de ellos y se alimentan por succión, como los caballitos de mar, o mediante estructuras filtrantes que se encuentran en las branquias.
Y, muy raramente, algunos cuerpos los desarrollan fuera de la boca: en la piel, en las aletas o incluso en el opérculo. Estos "dientes exteriores", llamados odontoides, se encuentran en la interfaz entre escamas y dientes y nos dan pistas sobre cómo los primeros vertebrados transformaron escudos cutáneos en auténticos trituradores hace cientos de millones de años.

Un ejemplo de pez con dientes externos es la rata manchada Hidrolagus colliei, que tiene un apéndice en la frente cubierto de dientes que utiliza para reproducirse. Wikimedia Commons., CC BI Ballenas, cosa con barbas
Los mamíferos marinos siguieron un camino evolutivo completamente diferente. Aunque la forma de su cuerpo es similar, todos sabemos que las ballenas y los delfines son mamíferos que provienen de ancestros terrestres.
Entre ellas encontramos dos estrategias opuestas. Los odontocetos, un grupo de delfines, cachalotes y marsopas, conservan sus dientes, aunque en una sorprendente variedad de formas.
Un narval tiene una sola función, que se alarga y gira para formar su famoso colmillo, mientras que algunos delfines pueden tener más de 160 dientes. El cachalote, en cambio, las concentra todas en la mandíbula inferior: de 36 a 50 piezas cónicas que encajan en los huecos de la mandíbula superior.

Ballena Yorobada, en el Santuario del Banco Stellwagen, Océano Atlántico. Wikimedia Commons., CC bi
En el otro extremo están los misticismos o los ballets de ballenas. Durante su desarrollo embrionario, forman dientes que nunca erupcionan. En cambio, la naturaleza inventó una nueva solución: barbas, láminas de queratina dispuestas como un peine que les permiten filtrar toneladas de krill y plancton. Este cambio –de morder a filtrar– es uno de los saltos evolutivos más radicales en el reino animal.
Una ventana a la evolución
Más allá de la mera curiosidad, el estudio de la diversidad dental revela cómo la evolución resuelve el mismo problema de diferentes maneras. Los dientes son una huella de la dieta, el comportamiento y el entorno de cada especie.

Diente rostral del extinto pez sierra Onchopristis numidus, de 80 millones de años. Wikimedia Commons., CC BI
En los tiburones, el reemplazo continuo refleja el equilibrio entre fuerza y fragilidad: la presa resbala, los dientes se rompen, pero siempre hay repuestos. En las ballenas solitarias, la pérdida total de los dientes simboliza la transición a una nueva forma de alimentarse. Y en los peces óseos, la extrema diversidad muestra cómo la mandíbula puede convertirse en un laboratorio evolutivo de infinitas adaptaciones.
Incluso la forma microscópica del esmalte o la disposición de los dientes en un cráneo pueden revelar estrategias ecológicas: los peces con dientes puntiagudos tienden a ser cazadores de presas móviles, mientras que los que tienen dientes rectos y fuertes son trituradores de conchas o raspadores de algas.
En cada diente se esconde una historia de millones de años. Desde una lamprea que se mantiene como un vampiro en la oscuridad de un río, hasta un delfín que atrapa peces con precisión milimétrica o una ballena que filtra océanos enteros, todos demuestran que la evolución, cuando se trata de bocas, nunca deja de sonreír.
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