A veces bromeo diciendo que mis mascotas están mejor alimentadas que mis hijos. Y no es porque no lo intenten: los niños simplemente rechazan las verduras, el pescado o las legumbres, mientras que un perro nunca protesta ante un alimento perfectamente formulado con las vitaminas y minerales que necesita. El resultado es visible a simple vista: cabello sano, hiperbrillante, energía y buena salud.
La comparación puede parecer exagerada, pero refleja un hecho: en nutrición, los productos destinados a los animales, ya sean de granja o de compañía, son más completos que los destinados a los humanos.
Pequeños grandes protagonistas del metabolismo
Los llamados microminerales o oligoelementos, como el hierro, el zinc, el cobre, el selenio, el yodo o el manganeso, son esenciales para la vida. Aunque los necesitamos en pequeñas cantidades, participan en cientos de reacciones metabólicas. El hierro transporta oxígeno a la sangre, el zinc y el cobre forman parte de enzimas que protegen contra el estrés oxidativo, el yodo es necesario para el funcionamiento de la glándula tiroides y el selenio contribuye al buen funcionamiento del sistema inmunológico.
Cuando estos nutrientes faltan, aunque sea levemente, el organismo lo nota: aumenta el cansancio, disminuyen las defensas y se favorecen las enfermedades crónicas, incluido el cáncer.
La Organización Mundial de la Salud estima que más de 2 mil millones de personas padecen deficiencia de algún micronutriente. No hablamos de hambre visible, sino de lo que se llama "hambre oculta": hay comida en el plato, pero faltan los ingredientes invisibles que garantizan un desarrollo saludable y un envejecimiento saludable.
Lo que queda también es perjudicial
A este problema se suma la exposición a elementos tóxicos como el arsénico, el plomo, el mercurio y el cadmio. Entramos en contacto con ellos a través de determinados alimentos o del medio ambiente. Aunque las cantidades sean pequeñas, se acumulan en el organismo y afectan al sistema nervioso, a la fertilidad o aumentan el riesgo de cáncer.
El gran desafío es que tanto las deficiencias de minerales esenciales como la exposición a toxinas a menudo pasan desapercibidas. No dan señales evidentes hasta que el problema ya es grave.
Un problema global con diferentes caras
La falta de micronutrientes es un problema universal, pero no se manifiesta de la misma forma en todos los rincones del planeta. En los países de bajos ingresos, las deficiencias suelen deberse a una dieta basada casi exclusivamente en cereales o tubérculos y a la limitada disponibilidad de alimentos animales ricos en hierro, zinc y selenio. Allí, las deficiencias combinadas de hierro, zinc y yodo afectan a millones de niños y mujeres, con graves consecuencias para el desarrollo físico y cognitivo.
En los países de ingresos medios coexisten dos realidades contrastantes. Mientras las carencias persisten en las zonas rurales por la falta de acceso a alimentos variados, en las grandes ciudades aparecen carencias "ocultas" asociadas a una dieta ultraprocesada y un consumo excesivo de calorías pero pobre en micronutrientes.
Por otro lado, en las sociedades más desarrolladas los déficits tienden a ser más sutiles. No se trata de hambre visible, sino de carencias subclínicas asociadas al envejecimiento y a una dieta vegana mal planificada o al bajo consumo de carne y pescado.
En Europa, por ejemplo, se han descrito bajos niveles de selenio y yodo en varios países del norte y centro del continente, lo que se asocia a suelos pobres en estos elementos.
Al mismo tiempo, la exposición a metales tóxicos como el mercurio o el cadmio sigue siendo motivo de preocupación, especialmente al comer ciertos pescados o fumar.
Esta diversidad de causas refleja que el "hambre oculta" adopta muchas formas y que garantizar un suministro equilibrado de minerales esenciales es un desafío global que no distingue entre fronteras ni niveles de ingresos.
Nutrición precisa para los animales.
En medicina veterinaria, sin embargo, llevamos algún tiempo liderando el camino en este campo. No ocurre sólo con nuestras mascotas. En las vacas lecheras, por ejemplo, el suero -la parte líquida de la sangre- se analiza de forma rutinaria para ajustar la dieta y prevenir deficiencias que afectarían tanto a la salud del animal como a la producción de leche.
Lo mismo ocurre con los caballos, los cerdos o las aves: la dieta se ajusta con precisión para evitar problemas y optimizar los resultados.
En medicina humana, seguimos confiando principalmente en pruebas nutricionales y recomendaciones generales, ya que no existen valores de referencia universalmente aceptados. Se calcula cuánto hierro, zinc o yodo debe ingerir una población media y a partir de ahí se elaboran directrices dietéticas.
Este enfoque es útil para orientar las políticas de salud pública, pero tiene limitaciones claras: no refleja la situación individual. Una persona puede correr riesgo de sufrir una deficiencia incluso si sigue las recomendaciones teóricas, o puede acumular toxinas sin saberlo.
La paradoja es obvia: si cuidamos la nutrición de una vaca o de un perro, ¿por qué no deberíamos aplicar los mismos principios a nuestra propia salud?
Suero: una ventana nutricional
La buena noticia es que contamos con una herramienta sencilla para realizar la transición a una nutrición personalizada: el análisis de suero.
El suero permite medir minerales esenciales y tóxicos de una sola vez. Así como hoy en día obtenemos valores de colesterol o glucosa en un análisis de rutina, podríamos saber si tenemos deficiencia de zinc o selenio, o acumulamos plomo o cadmio.
Las tecnologías de análisis actuales permiten obtener estos perfiles de forma rápida, precisa y a partir de una pequeña muestra. Esto abre la puerta a programas de salud pública más eficaces que no se basen únicamente en evaluaciones dietéticas y en una nutrición verdaderamente personalizada.
¿Estamos cuidando mejor a las vacas?
Si sabemos que una vaca con deficiencia de selenio produce menos leche y es menos fértil, actuamos inmediatamente para corregirlo. Si un perro necesita zinc para mantener su pelaje brillante, se lo damos sin dudarlo. ¿Por qué no hacemos lo mismo con los humanos?
La nutrición de precisión no debe limitarse a los animales domésticos ni a nuestras mascotas. También puede y debe aplicarse a la salud humana. Un simple análisis de suero podría ayudarnos a vivir más sanos, prevenir enfermedades y envejecer con una mejor calidad de vida.
Quizás sea el momento de aprender lo que la medicina veterinaria ha hecho bien durante años: cuidar la nutrición hasta el último detalle.
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