No se trata de una alarma nueva, sino de una evidencia científica cada vez más consolidada. Su huella se ha detectado desde hace años, pero lo que preocupa actualmente es la magnitud de la presencia del antibiótico en las aguas subterráneas.
El agua subterránea es un recurso esencial y es la principal fuente de abastecimiento urbano y agrícola. Los necesitamos para mantener los caudales ecológicos y garantizar la continuidad de los caudales de los ríos. Además, actúan como reservorio estratégico contra las sequías y las crecientes presiones climáticas.
Si a este papel central le sumamos la presencia de residuos de antibióticos, el escenario se complica. La preocupación respecto de estos compuestos es doble: por un lado, el riesgo potencial derivado de la ingestión de agua, y por otro, el hecho de que permanecen en el medio ambiente, donde pueden generar impactos en organismos y ecosistemas.
Consecuencias en el medio natural
Los antibióticos, medicamentos esenciales en el tratamiento de infecciones bacterianas, se encuentran entre un grupo emergente de contaminantes que incluye medicamentos humanos y veterinarios, productos de cuidado personal, pesticidas y aditivos industriales.
En el caso de los antibióticos, el riesgo se multiplica: no sólo pueden provocar efectos nocivos sobre el medio ambiente en determinadas condiciones, sino que también contribuyen a la propagación de la resistencia a los antibióticos, considerada una de las mayores amenazas para la salud mundial, según la OMS. Incluso en bajas concentraciones, ejercen una presión selectiva sobre las bacterias, favoreciendo la persistencia de cepas resistentes.
¿De dónde vienen?
Numerosos estudios confirman la presencia de antibióticos en aguas subterráneas de diferentes orígenes y profundidades. Se han identificado diversos grupos como sulfonamidas, fluoroquinolonas, macrólidos y tetraciclinas, entre otros. La lista no es exhaustiva, ya que la detección depende de la fuente de contaminación, el grado de degradación del compuesto y las técnicas analíticas utilizadas.
Las principales fuentes de entrada al medio ambiente son las aguas residuales urbanas, incluso después de su tratamiento, lo que contribuye a la carga para los ciudadanos y la aplicación de estiércol como fertilizante en la agricultura, donde se concentran los antibióticos de uso veterinario aplicados al ganado.
La penetración subterránea depende de la interacción entre ríos y acuíferos, la distribución de la fertilización según cultivos y las características hidrogeológicas de cada sistema. Además, sus concentraciones varían en el tiempo en función de la estación, las precipitaciones, la presión agrícola o la intensidad del consumo humano y veterinario.
El transporte subterráneo de antibióticos añade más incertidumbre, dado que son reactivos; Es decir, los compuestos interactúan con el medio ambiente, se adsorben sobre un sustrato poroso que forma un acuífero, se degradan mediante procesos químicos o microbiológicos y crean metabolitos intermedios que pueden ser aún más tóxicos.
Estas dinámicas hacen que cada contaminante y cada acuífero interactúen de manera diferente, complicando cualquier predicción de su presencia.
Un mosaico de posibilidades
Mientras tanto, la legislación avanza lentamente. La Unión Europea ha incluido algunos antibióticos en listas de vigilancia que fomentan el seguimiento de determinados contaminantes que aparecen en el medio acuático.
Sin embargo, estas iniciativas se centran únicamente en las aguas superficiales. Además, todavía no existe un marco regulatorio sólido que establezca límites claros y protocolos sistemáticos para las aguas superficiales y subterráneas.
Esta ausencia dificulta comparar resultados entre estudios y tomar medidas correctivas. De ahí la necesidad de realizar estudios de campo a nivel regional, que describan la migración de contaminantes en condiciones reales, evalúen los procesos de transporte y distribución temporal y permitan medir su impacto real.
La falta de conocimiento sobre el problema añade complejidad a su gestión. En el caso de la nutrición humana, las primeras evidencias muestran que cada pozo tiene características especiales. Las idiosincrasias hidrogeológicas de cada cuenca determinan su vulnerabilidad: la distancia a las fuentes de contaminación, la geología ambiental y el régimen de explotación hacen que dentro de un mismo acuífero las concentraciones de antibióticos varíen entre pozos.
Los criterios generales no bastan: se necesitan controles especiales, especialmente en la recogida de existencias. La preocupación no debe limitarse al agua potable, aunque es una prioridad, sino también al medio ambiente natural, donde los antibióticos alteran las comunidades microbianas y los organismos esenciales para el equilibrio ecológico.
Necesitamos un seguimiento inmediato.
Los expertos coinciden en que la gestión pasa por un mayor seguimiento, aunque no existen regulaciones explícitas para todos los compuestos. Un modelo razonable consistiría en establecer un sistema mixto: por un lado, un cribado general anual que permita detectar una amplia gama de compuestos emergentes; por otro lado, campañas específicas más frecuentes, cada cuatro meses, se centran en los antibióticos más comunes, es decir, en criterios de toxicidad, y tienen como objetivo el seguimiento del medio hidrogeológico per se.
Este enfoque reconoce que no siempre se detectan los mismos compuestos y que los patrones de presencia cambian según el año, el territorio o la presión de uso. Así se ha observado en campañas de muestreo continuo en los acuíferos Baik Fluvia, Baik Ter y Oniar, en Cataluña, entre otros.
La gestión de los contaminantes presentes en las aguas subterráneas, ilustrada con el ejemplo de los antibióticos, se presenta como un desafío obligatorio para el próximo sexenio de aplicación de la Directiva Marco del Agua.
Garantizar agua potable a la población y proteger la integridad de los ecosistemas subterráneos es fundamental para frenar la propagación de resistencias que amenazan la eficacia futura de estos fármacos.
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