En 2027 se cumplirán cien años desde que se utilizó por primera vez el término desertificación. Durante este siglo se han logrado diversos desarrollos conceptuales y de sensibilización sobre este grave problema socioecológico, además de algunas propuestas solventes. Sin embargo, prevalecen diversas confusiones que impiden desarrollar soluciones verdaderamente efectivas. Uno de ellos es la identificación de qué es la desertificación, cuestión que ha dificultado, por ejemplo, la localización del problema.
El proyecto Atlas de la Desertificación de España, financiado por la Fundación Biodiversidad, aborda de lleno este reto, presentando mapas de la desertificación y una serie de casos de estudio que abordan diferentes situaciones, algunas habitualmente identificadas con este problema y otras muy alejadas de él.

Riego agroindustrial en el Campo de Cartagena (Región de Murcia). Jaime Martínez Valderrama, CC BI-SA Ni la sequedad, ni los desiertos, ni las brumas son desertificación
Como cuadro de desertificación se suelen presentar casos que nada tienen que ver con el problema. Por eso es habitual representar formaciones de cuevas típicas bajo un título que sugiere que el desierto está progresando. En esta noticia se han acumulado varios errores. Estas geoformas -como las encontradas en Bardenas Reales (Navarra y Aragón) o Campo de Tabernas (Almería)- reciben el nombre de malpais debido a que su incómoda orografía ha impedido históricamente su uso, para que no pudieran ser degradadas por la actividad humana (una de las condiciones para la desertificación).
Además, la desertificación es un problema in situ, no una amenaza externa como un meteorito que destruye un territorio. Del mismo modo, el polvo sahariano que nos visita cada vez más en forma de neblina está asociado a la desertificación, pero ese es un problema diferente. Las sequías y las zonas áridas son otras comparaciones engañosas con este complejo fenómeno socioecológico.

Situadas entre Navarra y Aragón, las Bardenas Reales (418 km²) son la mayor zona con formaciones desérticas de la Península Ibérica. La actividad erosiva está relacionada con las etapas de incisión cuaternaria de los ríos Aragón y Ebro. Estela Nadal-Romero, CC BI-SA Los sospechosos habituales
Otra familia de casos, habitualmente presente en listados de paisajes o síndromes de desertificación, tiene que ver con la agricultura. Se trata de cultivos que, por su intensificación y malas prácticas, desencadenan procesos de erosión, contaminación de suelos y aguas o degradación de masas de agua, con las consiguientes consecuencias sobre la biodiversidad.
Ejemplos de ellos son diversos cultivos leñosos (olivo, almendro y vid) o frutas y hortalizas (cultivos tropicales, invernaderos, cítricos, etc.). Estos "paisajes de desertificación", como los denomina la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación (ENLD), representan simultáneamente soluciones económicas para muchas regiones, lo que hace extremadamente difícil su reconversión.
No es fácil redirigir la agricultura intensiva alrededor del Parque Nacional Donjana cuando es la principal fuente de ingresos para muchas personas. Una comprensión profunda de los mecanismos implicados –tanto socioeconómicos como biofísicos– es esencial para que el desarrollo económico no sea transitorio sino verdaderamente sostenible.
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donde hay ambigüedad
En España, como en otros países de nuestro entorno, se produjo un éxodo rural que desató una dinámica y calmó otras. Lo que vemos desde las ciudades es un paisaje más verde, consecuencia de que ya no utilizamos leña para calentarnos y cocinar, que gran parte del ganado está en el granero y que muchos cultivos han sido abandonados.
En muchas zonas, que anteriormente estaban degradadas, sólo pueden crecer arbustos; En otros, los incendios se producen por la acumulación de material inflamable. Por otro lado, a pesar del aumento de la superficie forestal, pocas masas forestales se parecen a las originales. Hay especies invasoras y bosques que se están secando.
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El abandono de territorio es un sorprendente panorama de desertificación: contradice la norma de que la degradación se produce debido a la sobreexplotación de los recursos, no a la subexplotación.
Por otro lado, los incendios forman parte de la regeneración y evolución del paisaje natural, y su extinción repentina provoca más daños que beneficios.

Los arbustos todavía se consideran hábitats degradados, cuando en muchas zonas áridas son la única posibilidad realista de que el territorio albergue vegetación. Sus funciones ecológicas no son despreciables. Jaime Martínez Valderrama, CC BI-SA
Dado que la densa masa de arbustos es una degradación, no se corresponde con su papel protector contra la erosión, su fijación de carbono o la facilitación de etapas más avanzadas de ocupación.
Puede que no sea tan buena idea hacer que el ganado desaparezca por completo. Si lo gestionamos y trasladamos adecuadamente, puede ayudar a mejorar el medio ambiente y crear fuentes alternativas de riqueza. En esencia, puede ser una parte más de la gestión forestal, que a su vez es un engranaje de la planificación territorial.
Todas estas afirmaciones son ciertas dependiendo del contexto, por lo que es muy difícil decir si se trata de desertificación o no. La cuestión es mucho más compleja y depende de sus sinergias y condiciones.
jugando el juego
Para complicar el panorama, entran en juego dos casos más que distorsionan nuestra percepción de la desertificación. En muchos casos la degradación se produjo hace demasiado tiempo como para que consideremos que el paisaje que estábamos observando estaba mucho más vivo.
La deforestación y los posteriores episodios de erosión han convertido hermosas cadenas montañosas boscosas en laderas áridas y polvorientas. Los matorrales dispersos que los cubren transcurren, a los ojos de las generaciones que los conocen por primera vez, por sierras secas que siempre han sido así.
Finalmente, tenemos el caso donde el desplazamiento es espacial. El comercio global mueve bienes de un extremo al otro del planeta y, como consecuencia, la degradación salta de un continente a otro. Por tanto, el mencionado establo ganadero reduce la presión sobre el territorio, pero significó que se talaran miles de hectáreas de bosques primarios para el cultivo de soja, base del alimento del que se alimenta este ganado. Esta exportación de degradación elimina paisajes de desertificación en algunos territorios, pero crea heridas profundas en otros.
Además: el crecimiento demográfico en las regiones más áridas del planeta, lo que lleva a la desertificación.
Los paisajes de desertificación, una herramienta imprescindible
Las situaciones analizadas permiten actualizar el panorama de desertificación que fue inicialmente identificado en el proyecto SURMODES y posteriormente incluido en el Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación (PAND) y ENLD.
Los paisajes son particularmente útiles por su escala espacial, que coincide con los procesos de desertificación. Además, facilitan la comprensión de problemas al sintetizar cualitativamente las interacciones entre factores socioeconómicos y biofísicos. Esta descripción -y, sobre todo, la reflexión sobre las causas reales de su desarrollo, los impulsores del fenómeno y sus efectos- puede contribuir a sentar las bases para diseñar soluciones eficaces y sostenibles.
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