Durante décadas, las Naciones Unidas han intervenido en Haití en un intento de resolver crisis políticas, económicas y de seguridad persistentes. Hasta la fecha, todos los intentos han fracasado.
Ahora, el organismo internacional está intentando algo nuevo. El 30 de septiembre de 2025, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la expansión de una fuerza militar internacional a Haití con la esperanza de cambiar el rumbo contra los grupos del crimen organizado que se han apoderado de partes de la nación caribeña.
La resolución 2793 autorizó la duplicación de las fuerzas militares y policiales respaldadas por la ONU a más de 5.000 y la transformación de una misión multinacional de apoyo a la seguridad liderada por Kenia a partir de 2023 en una nueva Fuerza Contra Bandas.
El mando operativo de la misión ahora estará a cargo de una coalición de naciones que incluye a Kenia, Canadá, Jamaica, las Bahamas, El Salvador, Guatemala y Estados Unidos. Mientras tanto, la ONU brindará asistencia logística, administrativa y política a través de la recién creada Oficina de Apoyo de la ONU en Haití.
Sin embargo, el verdadero significado de la Resolución 2793 no reside en su contenido militar o su aplicación específica a Haití, sino más bien en su diseño institucional.
Como experto en operaciones internacionales de mantenimiento de la paz, veo esto como un cambio importante en la forma en que la ONU ejerce sus poderes. La legitimidad de la organización ahora descansa menos en el mando directo de tropas y más en la coordinación de coaliciones. En una era de presupuestos restringidos y poder global fragmentado, las Naciones Unidas ven cada vez más su fortaleza en su capacidad para otorgar legitimidad y estructurar la cooperación entre coaliciones de estados, organizaciones regionales y organizaciones no gubernamentales internacionales.
La lógica de la adaptación.
Hubo un tiempo en que las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU simbolizaban la voluntad colectiva de las naciones distribuidas por todo el mundo bajo un solo mando.
A partir de 1956, con el despliegue formal de las primeras fuerzas de emergencia de la ONU durante la crisis de Suez, las operaciones de mantenimiento de la paz se concibieron como fuerzas neutrales posicionadas entre partes en conflicto para supervisar los altos el fuego y las zonas de amortiguamiento.
Las misiones tradicionales son desplegadas por decenas de miles de soldados que llevan distintivos cascos azules, todos bajo el mando directo de la ONU. Los comandantes de campo reportaban a la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York a través de una cadena de autoridad clara.
En su apogeo, en las décadas de 1990 y 2000, la ONU llevó a cabo docenas de estas operaciones simultáneamente –desde Camboya hasta Mozambique y los Balcanes– con mandatos para separar a los combatientes, desarmar a las milicias y apoyar acuerdos de paz después de las guerras civiles. Algunos lograron poner fin a conflictos prolongados, pero otros quedaron atrapados en situaciones en las que no había paz.

Un soldado de mantenimiento de la paz de la ONU, a la derecha, mostrado en 1956 durante el primer despliegue de mantenimiento de la paz de la ONU. AFP contra Getty Images
Misiones de la ONU como las de Haití de 2004 a 2017 y las de la República Democrática del Congo de 2010 hasta el presente reflejaron una era en la que los Estados miembros estaban dispuestos a financiar grandes despliegues multilaterales bajo una sola bandera.
Pero ese modelo se ha vuelto más difícil de sostener.
Con el tiempo, las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU han tenido que lidiar no sólo con conflictos convencionales, sino también con la violencia urbana y transnacional, el crimen organizado y la frágil gobernanza, problemas que iban más allá de su diseño original.
Estos desafíos se han visto agravados por la profunda polarización en el Consejo de Seguridad de la ONU en los últimos años. Conflictos que van desde Siria hasta Ucrania han dejado al descubierto divisiones que limitan la aprobación de nuevas misiones a gran escala. Mientras tanto, los presupuestos para las misiones de mantenimiento de la paz han caído a medida que los principales países contribuyentes retiraron fondos en medio de presiones políticas internas y muchos donantes de tropas tradicionales se volvieron cautelosos ante los costosos despliegues indefinidos.
Las Naciones Unidas han tenido que evolucionar de varias maneras.
La última misión multinacional de apoyo a la seguridad de Haití ya se ha desviado del diseño clásico.
Cuando se aprobó la operación liderada por Kenia en 2023, se financió en su totalidad con contribuciones voluntarias de países dispuestos, en lugar del presupuesto regular de la ONU al que contribuyen todos los estados miembros.
Representó un alejamiento parcial del mantenimiento de la paz tradicional al respaldar una coalición ajena a la ONU con la aprobación de la ONU. La resolución 2793 transforma ese acuerdo ad hoc en un marco más estructurado y permanente. La nueva fuerza antipandillas tiene una arquitectura de mando más clara, un mayor número de tropas y una oficina de apoyo de la ONU dedicada a coordinar la logística, la capacitación y el enlace político.
Al hacerlo, institucionaliza efectivamente lo que era un modelo experimental, transfiriendo el control operativo a estados dispuestos y al mismo tiempo preservando la supervisión de la ONU. Sus defensores sostienen que este enfoque mantiene el activo más valioso de una organización: su legitimidad, en el centro de la seguridad colectiva.
La cláusula de mando que lo cambia todo
La nueva resolución incluía un párrafo que confía a la coalición de países participantes el "liderazgo estratégico, la supervisión y la toma de decisiones políticas", mientras que el mando diario permanece en manos del comandante de campo de la misión elegida por ese grupo.

Un soldado patrulla las calles de Puerto Príncipe en 2011 durante la anterior misión de paz de la ONU en Haití. Foto AP/Ramón Espinosa
Según este acuerdo, la cadena de mando fluye a través de una coalición de naciones que actúan con autorización de la ONU pero sin control de la ONU. En otras palabras, el mantenimiento de la paz está de alguna manera involucrado en asuntos exteriores, aunque bajo el paraguas legal y moral de las Naciones Unidas.
La forma en que se financia este nuevo tipo de modelo repite esta lógica: todos los costos de personal serán cubiertos por contribuciones voluntarias, no por el presupuesto estimado de mantenimiento de la paz de la ONU. Este enfoque brinda flexibilidad a los países donantes y al mismo tiempo mantiene intactos los derechos humanos y las obligaciones de presentar informes a las Naciones Unidas.
No se trata de simples torpezas burocráticas. Representa la redefinición que hace la ONU de cómo ve su ventaja comparativa: desde el mando directo hasta la coordinación en red.
Los riesgos y las promesas del modelo de Haití
El nuevo Grupo de Trabajo Antipandillas en Haití ofrece oportunidades y desafíos.
Su estructura de coalición podría mejorar la respuesta y la apropiación regional del problema. De hecho, los países vecinos de Haití o que tienen vínculos históricos tienen fuertes incentivos para estabilizar la situación. La misión podría desplegarse más rápidamente que las operaciones tradicionales de la ONU, cuya organización suele tardar meses.
Para los haitianos comunes y corrientes, eso podría significar un alivio más rápido de la violencia de las pandillas que ha desplazado a cientos de miles de personas, cerrado escuelas y hospitales y vuelto peligrosas actividades básicas como ir al mercado. Si tiene éxito, la fuerza podría ayudar al gobierno haitiano a restablecer gradualmente su control sobre los barrios actualmente controlados por grupos armados.

La última misión de paz de la ONU en Haití señala un cambio de enfoque. Foto AP/Dieu Nalio Cheri
Pero pueden surgir desafíos de coordinación cuando varios países comparten el control, y los desacuerdos sobre la estrategia o las reglas de enfrentamiento pueden ralentizar la toma de decisiones. También hay dudas sobre cómo este modelo garantiza un monitoreo consistente: diferentes países pueden tener diferentes estándares para el monitoreo de los derechos humanos o diferentes interpretaciones del alcance de la misión.
La Resolución 2793 intenta abordar estas preocupaciones exigiendo fuertes salvaguardias de derechos humanos, asesores de protección infantil y reglas claras de participación. Si estos mecanismos funcionan eficazmente, podrían establecer un nuevo estándar para las operaciones híbridas de mantenimiento de la paz.
Para Haití, lo que está en juego es existencial. El éxito dependerá de una perfecta coordinación entre la Fuerza Antipandillas, la Policía Nacional de Haití y las autoridades civiles, y de garantizar que la estabilización fortalezca la capacidad de Haití para mantener la seguridad en lugar de una dependencia a largo plazo de fuerzas extranjeras.
¿Un modelo para el futuro?
La fuerza antipandillas encarna tanto los riesgos como la promesa de reinventar las Naciones Unidas. Si la coordinación tiene éxito, podría proporcionar un plan práctico para misiones en entornos donde es política o financieramente difícil mantener grandes despliegues de la ONU gestionados centralmente. Pero si fracasa, podría plantear dudas sobre cuál es la mejor manera de combinar legitimidad y eficacia en crisis complejas en medio de una renovada competencia entre grandes potencias.
En términos más generales, el enfoque de Haití señala un cambio más amplio en la forma en que se organiza la seguridad colectiva. La imagen posterior a la Guerra Fría de un sistema multilateral único y dirigido centralmente está dando paso a un panorama estructurado de socios regionales, coaliciones ad hoc y mandatos superpuestos. En ese entorno, la ONU ve su ventaja comparativa menos en suministrar directamente a cada soldado que en convocar socios, establecer estándares y brindar autoridad legal y moral.
En este sentido, la misión de Haití es más que una intervención; es un ejemplo temprano de cómo se pueden organizar las operaciones internacionales de mantenimiento de la paz en las próximas décadas.
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